Cherreads

Chapter 37 - Una nueva era

El tiempo y las personas que lo rodearon moldearon no solo su cuerpo, sino su mente, hasta convertirlo en alguien que apreciaba el silencio.

Por encima de sus deseos personales, solo quedaba la venganza: ese sentimiento era lo único que le mantenía respirando.

Tres años habían pasado desde que el sol se apagó para él. Había aprendido a obedecer porque la obediencia era la ruta más corta hacia su meta.

Cuando por fin abandonó su celda, no hubo lágrimas de felicidad ni de tristeza. Solo un gesto mecánico: arrojar el diario a las llamas. Las páginas crujían como hojas secas, y el humo que inhalaba parecía hecho de los recuerdos de quienes no sobrevivieron al experimento.

Las dudas se habían convertido en un peso utilizable; de ellas nacía la fuerza y la determinación que ahora lo empujaban hacia adelante.

El eco de sus pasos resonaba entre tuberías y hierro, marcando la salida que lo alejaba, cada vez más, de la oscuridad que ya conocía de memoria. Sin embargo, su nombre no tardó en ser pronunciado por una de las bocinas que solicitaba su presencia.

Ethan, al llegar al punto de encuentro, se detuvo en seco y dejó que sus dedos se movieran por instinto, como parte de su preparación. Al levantar la vista —como si le hubiesen ordenado mirar a un rey— notó que el largo de su cabello le impedía ver con claridad. Por ese motivo, se dispuso a cortarlo, pero fue detenido por una voz suave.

—No es necesario cortarte el cabello —dijo, casi divertido—. Puedes usar esa belleza a tu favor. Hazte pasar por una mujer si lo necesitas; engañar con la apariencia también es una forma de extraer información sin levantar sospechas.

Ethan asintió en silencio mientras observaba cómo una gran compuerta de hierro se abría en lo alto, en aquel techo que parecía no tener fin cuando llegó por primera vez. El ruido de los engranajes se alzó como una melodía disfrazada de libertad.

—Recuerda que, aunque poseas una fuerza descomunal, no eres invencible —dijo Jason—. No tienes habilidades que escapen al entendimiento humano.

Ethan volvió a asentir.

—Actúa como el halcón peregrino —añadió Jason—. Espera. Observa. Y ataca solo cuando sea el momento.

Desde el ala sur, unos pasos se acercaron. Al poco tiempo, Ethan reconoció los rostros de Isaac, Sofía y Nadia.

—¡Ethan…! —exclamaron casi al unísono.

Él no respondió.

—¿Estás bien? —preguntó Nadia, con voz suave, mientras su sonrisa se perdía en el aire.

—Mi viejo amigo —dijo Isaac—. ¿Cómo han sido estos tres años lejos de nosotros?

El silencio siguió siendo su única respuesta.

Sofía cruzó los brazos, con su habitual descaro.

—Parece que el tiempo no te castigó, Ethan. Al contrario… te hizo más bello.

Ethan bajó la mirada, esperando a que el ascensor terminara su descenso.

—Al salir —dijo Jason con voz templada—, los escoltarán en un helicóptero hasta las afueras de Saint Morning. Por ahora, el primer paso de su misión es claro: buscar y eliminar al caballero ejecutor del reino. Si lo consiguen, será la prueba de que están listos para lo siguiente.

Ethan asintió en silencio, mientras los demás miraban a Jason con una ira contenida que no se atrevían a liberar con palabras.

Dentro del ascensor, el sosiego tenía forma de cuatro figuras. Isaac, Sofía y Nadia se acercaron para el reencuentro que tanto esperaban, pero la mirada de Ethan seguía siendo la misma: unos ojos sin brillo, como si hubieran olvidado cómo reflejar vida.

—¿Cómo has estado? —preguntó Isaac, intentando romper la tensión sin que sonara a interrogatorio.

Nadia se quedó un poco atrás, clavando en él una mirada que mezclaba alivio y preocupación. Mientras jugueteaba con un mechón de su cabello azul, que brillaba tenuemente bajo las luces del ascensor, se preguntó en silencio si Ethan siquiera notaría su cambio.

—No hables tanto —dijo Sofía desde la esquina del ascensor—. Tendremos tiempo para celebraciones y preguntas cuando nos instalemos en Saint Morning.

Sus compañeros intercambiaron miradas: aquellos niños de trece años ya no existían. Ahora eran jóvenes de dieciséis, con rostros más maduros y pensamientos más pesados. Los años los habían cincelado: no solo en el cuerpo, también en las emociones.

Al llegar al final, un crujido metálico, profundo, anunció que la puerta del techo se abría como la boca de una fortaleza. La compuerta se plegó y, de golpe, los rayos del sol les recordaron esa calidez que abrigaba no solo la piel, sino el corazón.

Ahí, con la piel casi pálida y la claridad incomodando sus ojos, Ethan entendió que salir de la celda era apenas el primer acto de una obra que aún no sabía si quería interpretar. Y sin embargo, caminó fuera de la plataforma, hacia el ruido constante de un helicóptero… como si el mundo ya se inclinara hacia su destino.

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