Por un instante, vio el reflejo de sí mismo, muchos años atrás, encerrado en un sótano húmedo, practicando hechizos con una varita prestada y la determinación de un niño que no quería volver a ser humillado jamás.
—Corrige la muñeca —dijo, rompiendo el silencio—. Si la giras demasiado, el encantamiento perderá fuerza.
León ajustó el movimiento, repitiéndolo una y otra vez hasta que el trazo fue fluido.
Snape se acercó, satisfecho, aunque su tono seguía siendo el mismo de siempre.
—Bien. Ahora, acompáñame con la palabra —dijo mientras apuntaba a una varita vieja que descansaba sobre una mesa al otro extremo del laboratorio—. Expelliarmus.
Un rayo escarlata salió de la varita de Snape, golpeando el objeto con precisión. Este voló por el aire y cayó a unos metros.
León tragó saliva, nervioso, pero imitó el movimiento.
—¡Expelliarmus!
Un destello rojo brotó de la punta, débil, tembloroso, pero suficiente para que la varita se moviera unos centímetros.
Snape no dijo nada por unos segundos, y León pensó que lo había hecho mal.
Pero entonces, su padre habló, con una voz que —aunque contenida— sonaba distinta, casi… satisfecha.
—Nada mal, para ser tu primer intento.
León no lo dijo, pero esa simple frase lo llenó de orgullo.
Snape volvió a hablar, con tono más firme.
—Recuerda, el poder sin control no sirve. La magia debe ser una extensión de tu voluntad, no un capricho de tus emociones.
León,.
Snape dio media vuelta, guardando su varita.
—Practica durante media hora más. Después desayunarás y podrás ir a tu entrenamiento de fútbol.
León se quedó solo, repitiendo una y otra vez el hechizo, mientras su padre subía las escaleras del laboratorio.
Snape no lo mostró, pero mientras caminaba, una leve sonrisa se dibujó en su rostro.
30 minutos después, León había terminado de practicar el hechizo desarmador, y el elfo Loki apareció a su lado para informarle que el desayuno ya estaba servido.
Al llegar, encontró a Anya ya sentada, comiendo con mucho gusto los panqueques embarrados con miel, mientras su padre, Snape, tomaba su café.
Anya, al ver a León, le dijo alegremente:
—Buenos días, hermano.
—Buenos días, Anya —respondió León mientras se sentaba a tomar el desayuno.
—Algo ligero, Loki —dijo León, dirigiéndose al elfo doméstico, que ya estaba cargando un plato con varios panqueques, así que tuvo que dejarlos en la mesa para llevar solo un jugo y un plato de cereal.
Snape solo bebía su café, para después levantarse.
—León, Anya, regreso por la tarde —dijo Snape despidiéndose.
Después de tomar el desayuno, Anya y León dejaron la casa para ir al parque, donde se encontrarían con los chicos de ayer.
En el parque había un grupo de diez niños reunidos; Todos estaban discutiendo.
—Crees que vendrá Robson? —preguntó uno de ellos.
—Claro que vendrá, me dio su palabra —respondió Robinson.
—Como sea, hay que ponernos a entrenar —dijo Robson.
—¡Mira, ahí está! —gritó Wright.
Robson, al ver que León había cumplido su palabra, dio un suspiro de alivio.
León los saludó mientras indicaba a Anya que se sentara cerca. Ella obedeció y se dirigió hacia donde estaban otros niños de su edad jugando.
—Qué bueno que hayas venido —dijo Robson—. Quiero presentarte al equipo. Ellos son Dean, Robinson y Wright, los delanteros; Sam, Jared y Richard, los mediocampistas; Jeffrey y DJ son los volantes; Frederic es nuestro arquero y Timothy es defensa.
Los muchachos saludaron a León, quien les devolvió el saludo.
—León, el torneo está cerca, así que haremos un entrenamiento acelerado para ti. Dean, lo dejo en tus manos —dijo Robson.
—Cuenta con ello —respondió Dean con confianza.
—Mira, León, lo primero que necesito que aprendas es a quitarme el balón —dijo Dean, mientras movía la pelota con destreza entre sus pies.
—Entiendo —respondió León.
Dean pateó la pelota hacia el otro lado de la cancha, lo que confundió a León.
— ¿Qué esperas? —gritó Robson desde un lado.
León reaccionó, pero Dean ya se había adelantado y tenía el balón en su poder, mostrándole una sonrisa burlona.
León se puso serio y fue a quitarle el balón. Ya frente a él, intentó anticipar sus movimientos, observando con atención el balón.
Dean movió la pelota hacia la dirección de León; Este reaccionó y se lanzó a tomarla, pero con un movimiento rápido, Dean la hizo retroceder hacia sí.
León, engañado por la finta, solo apretó los puños.
Dean comenzó a correr con el balón, seguido de cerca por León. Cada vez que León se acercaba, Dean cambiaba de dirección o se detenía bruscamente, provocando que su oponente se pasara de largo. Estas escenas se repitieron durante veinte minutos.
Finalmente, Dean se detuvo frente a un León agotado.
—Ahora solo practicaremos pases, pero recuerda: primero para la pelota, y después patea —indicó Dean.
Dean le dio un pase suave a León, quien detuvo la pelota y se la devolvió. Así continuaron el intercambio durante unos cinco minutos. Pasado ese tiempo, Dean aumentó la fuerza y velocidad de sus pases. León logró detener a dos seguidores, pero en el tercero la pelota chocó contra su rodilla y se desvió; el cuarto ni siquiera alcanzó a tocarlo, y así sucesivamente siguieron los errores.
Dos horas después, todos terminaron el entrenamiento agotados, pero se sorprendieron al ver a León aun de pie.
Todos se despidieron. Mientras tanto, León y Anya regresaron a casa.
Al llegar, León se fue directo al baño para ducharse, mientras que Loki se encargaba de preparar el almuerzo.
Después de salir del baño y cambiarse, León se acercó a la cocina, donde el elfo doméstico le informó:
—El maestro Snape no vendrá a almorzar, pero me pidió que les dijera que estén listos a las tres y media para ir al cementerio.
—De acuerdo —respondió León.
A las tres y media en punto, León y Anya estaban listos, mirando constantemente la chimenea y el reloj. De pronto, las llamas verdes se elevaron dentro de la chimenea, y de ellas emergió Severus. Al verlo, ambos se pusieron de pie.
—Vamos —dijo Snape con su tono habitual, cruzando la sala para dirigirse hacia la puerta. León y Anya lo siguieron en silencio.
El trío caminó varias cuadras hasta llegar a su destino: el cementerio de Cokeworth. Snape iba adelante, guiándolos, pero se detuvo al oír una voz detrás de él.
—Papá, compramos unas flores para mamá —dijo Anya con una sonrisa.
—Sí, comprendemos unas flores —añadió León.
Los tres se acercaron al puesto de flores ubicado junto a la entrada principal del cementerio. Había de todo tipo: rosas, lirios, claveles, tulipanes y margaritas.
Severus se quedó mirando los lirios por un momento, perdido en sus pensamientos, hasta que Anya lo llamó, sacándolo de su ensimismamiento.
—Mira, papá —dijo la niña sosteniendo una docena de rosas rojas—. Son tan lindas… estoy segura de que a mamá le encantarán.
—Sí, a mamá le gustarán —respondió León, sosteniendo también un ramo de rosas.
Por la mente de Snape cruzó un solo pensamiento, mientras los observaba con expresión neutra:
Demasiadas rosas.
Una suave brisa recorrió el cementerio, moviendo las flores y los árboles marchitos que custodiaban los senderos de piedra.
Snape caminaba al frente con paso firme, pero en su interior, cada paso pesaba más que el anterior. León y Anya lo seguían en silencio, cargando los ramos de rosas con cuidado.
El recorrido terminó frente a una pequeña capilla de mármol blanco, protegida por una reja de hierro forjado.
Anya se quedó sin palabras al verla.
—Es hermosa… —susurró.
León, en cambio, se mantuvo serio, sintiendo una mezcla de nerviosismo y respeto.
Snape abrió la reja con un gesto de su varita, y los tres entraron. Dentro, la luz se filtraba por los vitrales, iluminando suavemente dos lápidas con nombres grabados en letras doradas:
SAYU McDOUGAL
EILEEN PRINCE
Anya miró los nombres con curiosidad.
—Ella es mamá, ¿verdad? —preguntó, señalando la segunda lápida.
—Sí —respondió Snape con voz baja—. Ella era tu madre, León.
León se arrodilló frente a la tumba de su madre y colocó las rosas con cuidado. No la recordaba… no tenía ni una sola imagen de ella, y aun así, sintió un nudo en el pecho.
—Hola, mamá… —susurró, bajando la cabeza—. No sé si puedas oírme, pero… estoy bien.
Anya se arrodilló a su lado y añadió con ternura:
—Yo también, mamá. Cuido de León, y él me cuida a mí. Y ahora papá también está con nosotros, así que… no te preocupes.
Snape los observaba en silencio. No era un hombre dado a las emociones, pero aquella escena removió algo muy profundo dentro de él.
Se inclinó levemente y dejó también una rosa, sobre la tumba.
—¿Papa quien es ella? —preguntó Anya, señalando la primera lápida
—ella es mi madre, Eileen Prince respondio Snape
—eso quiere decir que ella es nuestra abuela —dijo Leon.
—abuela—repitió Anya
Ambos hermanos se arrodillaron y colocaron unas rosas también sobre la tumba de Eileen, mientras decían unas palabras de respeto.
—Descansa en paz, madre —susurró apenas audible—. Y tú también, Sayu.
Los tres permanecieron en silencio unos minutos más, hasta que Anya se levantó, limpiando las lágrimas con la manga.
—Papá, mamá debe estar feliz ahora, ¿verdad? —preguntó con inocencia.
Snape la miró y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió.
—Sí, Anya. Estoy seguro de que lo está.
Salieron juntos de la capilla, y cuando cerraron la reja, Snape se detuvo un momento para mirar hacia atrás.
"Prometo no fallarles esta vez", pensó.
Luego, con un movimiento de su capa, guió a León y Anya de regreso a casa, mientras el sol se ocultaba lentamente tras los muros del cementerio.
