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Chapter 2 - Suave Imán Roto

Duhal esperaba que su perturbador don cumpliera las funciones de conectar con la gente, pero la vida no funcionaba así, las amistades o la gente que esperas que te quieran no se obligan, deben más bien cultivarse sin ser forzadas...

con ustedes suave Imán roto, capítulo 4:

Parte I: La Carga de Ser Pegado - Año 1996

Duhal nunca olvidaría la primera vez que su cuerpo lo traicionó. Tenía siete años, y estaba en el patio de la escuela general de la provincia de taw en la Región de los Suaves, un lugar donde el aire era tan cálido y pesado que parecía envolverlo todo en una caricia eterna. Estaba jugando solo, como siempre, cuando vio a Laraw, una niña con rizos desordenados y unas extrañas gafas en la parte trasera de su cabello, que casi siempre las llevaba pero jamás las usaba. Sin pensarlo, su cuerpo se inclinó hacia Duhal, como si una cuerda invisible lo jalara.

Sus pies se movieron solos, y antes de que pudiera detenerse, estaba a su lado, tan cerca que sus hombros se rozaban.

"¿Qué se supone que haces, niño raro?", le gritó laraw, retrocediendo con una mezcla de susto y burla.

"No... no sé", balbuceó Duhal, con las mejillas ardiendo. Pero no podía moverse. Sus piernas estaban ancladas, su pecho vibraba como si quisiera fundirse con ella. Los otros niños lo señalaron, riendo y algunos otros estaban confundidos. 

"¡El niño pegado! ¡Miren a ese fenómeno raro!

Desde ese día, el apodo lo siguió como una sombra. En la Región de los Suaves, donde todos parecían aceptar la calma como un destino, Duhal era una anomalía. Su condición, la "atracción inconsciente", era rara, un defecto místico que lo hacía adherirse a las personas que despertaban algo en él. No era amor, ni deseo, sino una fuerza que no controlaba, como si su alma fuera un imán buscando metal.

 Año 2013

Ya adulto, Duhal aprendió a vivir con eso. Se mudó a una aldea gris en los afueras de la Región, un lugar sin árboles ni historias, donde nadie se fijaba demasiado en nadie. Trabajaba como repartidor de pan, manteniendo la cabeza gacha. En la escuela, los otros niños se burlaban, pero los adultos eran mucho peores y aún más crueles. Lo miraban con desconfianza, murmurando que su condición no era una enfermedad, sino un karma de vidas pasadas.

"Alguien que se pega a la gente así no puede ser de fiar", decían en el mercado, mientras él pasaba con la mirada fija en el suelo.

Una tarde, mientras llevaba un saco de hogazas al mercado, tomó el camino izquierdo, el que llevaba a la Tierra de los Políticos sin Brazo Derecho. Era un lugar extraño, lleno de hombres y mujeres que gesticulaban con un solo brazo, como si el otro fuera un lujo que no necesitaban. Duhal evitaba ese camino, pero ese día el atajo era necesario para llegar a tiempo. Al acercarse al cruce, sintió un temblor en el pecho, como si su corazón intentara escapar.

Allí estaba ella. Una mujer alta, de rostro seco como madera vieja, con el pelo rojo desvaído, como cobre que había perdido su brillo. Sus ojos tenían una chispa torcida, como si guardaran secretos que no quería compartir. Duhal quiso apartar la mirada, dar la vuelta, pero su cuerpo no obedeció. Sus pies se movieron solos, acercándose a ella. Su mano soltó el saco de pan, que cayó al polvo con un golpe sordo.

"¿Te perdiste, pequeño Suave?", dijo la mujer, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Duhal tragó saliva, intentando retroceder. "No... solo... intento ir al mercado".

Pero su cuerpo no lo escuchaba. Estaba pegado a ella, a un metro de distancia, incapaz de moverse. La mujer ladeó la cabeza, como si supiera exactamente lo que le pasaba. "Tranquilo. Quédate un rato. No muerdo".

Y así, sin quererlo, Duhal se quedó.

Parte II: El Drenaje Silencioso

La mujer se llamaba Mara, o eso dijo. Caminaron juntos por plazas desiertas, donde el viento arrastraba hojas secas y el eco de sus pasos era lo único que rompía el silencio. Mara hablaba sin parar, de cosas que Duhal no entendía del todo: historias de tierras lejanas, de tratos con los Políticos sin Brazo Derecho, de deudas que no se pagaban con dinero. Su voz era hipnótica, como un río que te lleva sin que te des cuenta.

"¿Siempre eres tan callado?", preguntó Mara, mientras compraban un par de manzanas mustias en un mercado donde los comerciantes parecían más muertos que vivos.

"Sabes, eres la primera persona de la región de los suaves que no tiene un nombre que termina con la letra W, reía hablando con ella.

"si, eso creo" riéndo incómodo...

Ella irritante, y esa sonrisa le heló la sangre. "Qué pena. Tienes cara de alguien con historias interesantes".

Esa noche, Duhal llegó a casa con los bolsillos vacíos. Había pagado las manzanas, un pañuelo que Mara quiso de arrepentirse, y hasta una bebida agrícola que ella pidió en un puesto ambulante. No recordaba haber decidido pagarlo todo, pero lo hizo. Y lo siguió haciendo los días siguientes. Cada vez que se encontraba con Mara —y siempre parecía "encontrarla" por casualidad—, terminaba gastando lo poco que ganaba. Pero no era solo el dinero.

Cada noche, al volver a su choza, se sentía más ligero, pero no como si hubiera soltado un peso. Era como si alguien le estuviera robando pedazos de sí mismo. Sus pensamientos se volvieron borrosos, como si alguien los hubiera escrito con tiza y luego los borrara. Sus pasos eran más lentos, su risa más débil. Una vez, mientras se miraba en un espejo agrietado, notó que sus ojos parecían más grises, como si el color se estuviera desvaneciendo.

"¿Qué me estás haciendo?", le preguntó a Mara una tarde, mientras caminaban por un sendero lleno de piedras sueltas. Su voz temblaba, pero no de miedo, sino de cansancio.

Ella se detuvo y lo miró, con esa mirada parecía que atravesarlo. "Nada que tú no quieras, Duhal. Solo te estoy... ayudando a ser libre".

"¿Libre?", soltó él, con una risa amarga. "Me siento como si me estuvieras vaciando".

Mara se acercó, tan cerca que sintió su aliento en la cara. No olía a nada, y eso lo asustó más. "A veces, para encontrar lo que eres, tienes que perder un poco de lo que fuiste".

Esa noche, Duhal decidió alejarse. Caminó hasta el puente intermedio, un lugar del que los Suaves hablaban con susurros. Decían que cruzar ese puente te cambiaba, que retorcía la mente hasta que no reconocías tus propios pensamientos. Pero cuando llegó, algo peor lo golpeó, su atracción, ese don que lo había atormentado toda la vida, había desaparecido. Pasó junto a un grupo de comerciantes, junto a niños jugando, junto a una anciana que cantaba una canción triste. Nada. Ni un tirón, ni un cosquilleo. Solo vacío.

Parte III: El Eco de la Ausencia

Duhal volvió a la Región de los Suaves como si fuera un extraño. La aldea, con sus casas de adobe y sus caminos de tierra blanda, le parecía ajena. Intentó hablar con Jaro, el panadero que le daba trabajo, pero las palabras se le atoraban en la garganta.

"Te ves como si hubieras visto un fantasma", dijo Jaro, mientras amasaba una hogaza. Sus manos estaban cubiertas de harina, y su sonrisa era tan cálida como siempre.

"No es un fantasma", murmuró Duhal. "Es... como si me hubieran robado algo".

Jaro frunció el ceño. "¿Esa mujer? La vi rondando el mercado. Dicen que se fue con un tipo de la Tierra de los Políticos. Uno con 'mejor energía', según ella".

Duhal sintió un nudo en el pecho, pero no era celos. Era algo más profundo, como si le hubieran arrancado una raíz. Volvió a la choza regalada por sus padres y se encerró, revisando los objetos que habían sido de su familia. Entre un montón de trastos, encontró una caja de madera que perteneció a su abuela, otra víctima de la atracción inconsciente. Dentro había una carta, escrita con una letra temblorosa con tinte neón.

"Duhal, mi pequeño imán. No nacimos para atraer amor, sino para aprender a soltar. Somos pruebas vivientes de la fuerza que requiere dejar ir. Pero cuidado: si dejas que alguien te vacíe, no quedará corriente para sostenerte. No te pierdas en otros, o el mundo no te querrás de vuelta."

Duhal leyó la carta repitiéndola varias veces, hasta que las palabras se le grabaron en la piel. Intentó salir, hablar con la gente, recuperar algo de lo que era. Pero todos lo evitaban. No con desprecio, sino con una suavidad cruel, como si su presencia los incomodara. Una niña en el mercado se alejó de él, susurrando a su madre. Un anciano, al que siempre saludaba, cruzó la calle para no cruzarse con él, incluso los animales domésticos que se supone que son nobles por naturaleza, se alejan de él.

"¿Qué me pasa?", se preguntó una noche, sentado en el suelo de su choza, con la carta arrugada en la mano. "No me pego a nadie... pero ahora nadie se pega a mí".

Parte IV: El Imán Invertido

Los días se volvieron grises, más grises que la aldea misma. Duhal seguía repartiendo pan, pero los clientes ya no le sonreían de ninguna forma. Jaro, el único que aún le hablaba, lo miraba con lástima. "Tal vez necesitas descansar, amigo. O irte un tiempo. Algo no está bien contigo".

"No es descanso lo que necesito", respondió Duhal, con la voz rota. "Es... no lo sé. Volver a sentir algo supongo"

Intentó a Mara, aunque eso le costara exponerse mucho más, pensando que ella tendría respuestas. Caminó hasta la Tierra de los Políticos sin Brazo Derecho, pero nadie la conocía. O nadie quiso hablar. Los Políticos lo miraban con sus ojos fríos, moviendo sus manos izquierdas como si cortaban el aire. "Vete, Suave. Aquí no hay nada para ti", le dijo uno, con una voz que sonaba como metal.

De vuelta en la Región suave, Duhal intentó recordar cómo era antes. Cómo era sentir ese tirón hacia alguien, esa chispa que lo hacía sentirse vivo, aunque fuera una maldición. Pero ahora solo había silencio. Su cuerpo no respondía a nadie. Era un imán roto, repelido por el mundo.

Pero una noche, sentado junto al río, habló con su reflejo en el agua. "Si esto es el karma, ¿qué hice para merecerlo? ¿Por qué me castiga por pegarme a ella?".

El agua no respondió, pero el viento trajo un eco de la voz de Mara:

"Solo te estaba ayudando a ser libre". Duhal presionó los puños hasta que las uñas se le clavaron en las palmas.

Parte V: La Lección del Vacío

Pasaron meses. Duhal dejó de repartir pan. No porque quisiera, sino porque Jaro, con una mezcla de culpa y tristeza, le dijo que no podía seguir pagándole. "La gente ya no compra el pan si lo traes tú. No sé por qué, Duhal. Es como si... los ahuyentaras".

Se quedó en su choza, viviendo de lo poco que había ahorrado. A veces, salía a caminar por los senderos de la Región, buscando algo que lo anclara. Pero los Suaves, que antes lo toleraban a pesar de su rareza, ahora lo evitaban. No era odioso, sino una repulsión suave, como si su mera presencia los empujara a dar un paso atrás.

Una tarde, mientras recogía leña, se encontró con Laraw, la niña de las trenzas, ahora una joven que trabajaba como diseñadora de modas básicas. Ella lo miró, dudando, pero no se alejó.

"¿Sigues siendo el niño pegado?", preguntó, con una sonrisa tímida.

Duhal negó con la cabeza. "Ya no. Ahora soy... no sé qué soy".

Laraw se acercó, algo que nadie había hecho en meses. "Tal vez no necesitas pegarte a nadie. Tal vez solo necesitas aprender a estar contigo".

Esas palabras lo golpearon más fuerte que cualquier rechazo. Por primera vez, Duhal se preguntó si su don no había sido una maldición, sino una lección. Había pasado su vida buscando conexiones, dejando que su cuerpo decidiera por él. Pero ahora, sin esa atracción, tenía que decidir quién era.

Empezó a reconstruirse, poco a poco. Ayudaba a Laraw con algunos diseños, cortaba leña para los ancianos, escuchaba las historias de los niños sin esperar que lo quisieran. No era fácil. El vacío seguía allí, como un hueco en el pecho. Pero a veces, cuando el sol se ponía y el aire de la Región se volvía cálido de nuevo, sentía algo parecido a la paz.

"Quizá no estoy roto", pensó una noche, mirando las estrellas. Quizás solo estoy aprendiendo a soltar...

 Moraleja capítulo 4:

Quien nace con el don de unirse a otros, también nace con el riesgo de perderse en ellos. Y cuando el mundo te repele, no es castigo: es la oportunidad de descubrir quién eres cuando nadie más te quiere cerca.

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