El contacto de Akira con el árbol de raíces invertidas no se sintió como tocar madera. Se sintió como meter la mano en agua helada y viscosa.
La estructura negra que colgaba del techo de la antecámara del Templo de la Prajna no estaba hecha de celulosa y savia; era chakra calcificado, residuo sólido de años de dolor y drenaje.
—¡Cubridme! —gritó Akira, sin mirar atrás.
No esperó respuesta. Sabía que Sayuri cumpliría su parte o moriría intentándolo. Con el Diario 3 (El Ritual) apretado en su mano izquierda y su mano derecha presionada contra el pecho desnudo y traslúcido de Kitsune, Akira cerró los ojos y forzó su propio chakra a fluir hacia afuera.
Era un movimiento contraintuitivo. En un entorno que intentaba succionarte la vida, empujar tu propia energía hacia la fuente de la succión era como abrir las venas en un estanque de tiburones. Pero era la única llave. Según Tateshina, el Sello Cero no tenía una cerradura física; era un nudo gordiano espiritual. Para desatarlo, había que convertirse en parte del nudo.
Sintió un tirón brutal detrás del ombligo. El mundo físico —el olor a moho, el sonido de los pasos de Tobi, el gruñido de Kuromaru— se disolvió en un ruido blanco ensordecedor.
Akira cayó hacia adelante, pero no golpeó el suelo. Cayó a través de la realidad.
...
En la antecámara, la realidad era mucho más ruidosa y letal.
Sayuri Inuzuka se interpuso entre el cuerpo catatónico de Akira (ahora colgado de las raíces como una marioneta inerte) y el pasillo de entrada. Kuromaru se colocó a su lado, transformándose.
—¡Jūjin Bunshin! (Clon de Bestia Humana)
Con una explosión de humo, el lobo gigante tomó la apariencia de una versión feral de Sayuri. Ahora había dos guardianas idénticas, con garras extendidas y colmillos desnudos, bloqueando el camino.
De la oscuridad del pasillo emergió primero una máscara naranja en espiral. Tobi caminaba con una despreocupación que resultaba obscena dadas las circunstancias. Detrás de él, cojeando pero con una mirada de odio puro, venía Deidara. El rubio estaba pálido; el templo le había robado una cantidad crítica de chakra, pero la furia parecía ser un combustible alternativo eficiente.
—¡Mira, Sempai! —exclamó Tobi, señalando con un dedo enguantado—. ¡El chico de la Lluvia está abrazando al árbol! ¡Qué romántico! ¿Crees que están intentando fusionarse?
—Están intentando robar mi presa —escupió Deidara. Metió las manos en las bolsas de arcilla atadas a su cintura. Sus bocas de las palmas masticaron con avidez—. Ese Jinchūriki falso me drenó. Me humilló. Voy a volarlos a todos en pedazos tan pequeños que ni el Sharingan podrá encontrarlos.
—No lo harás —dijo Sayuri. Su voz era tranquila, pero sus músculos estaban tensos como cables de acero—. Si usas explosivos aquí dentro, colapsarás la estructura. Moriremos todos, incluido tu compañero. Y perderás al objetivo.
Deidara sonrió, una mueca desquiciada.
—¿Crees que me importa sobrevivir? El arte es efímero, niña perro. ¡La muerte es la parte más bella!
Deidara lanzó tres pájaros de arcilla rápidos (C1). No eran grandes, pero en un espacio cerrado eran letales.
Sayuri y el clon de Kuromaru se movieron en espejo.
—¡Gatsūga! (Colmillo Sobre Colmillo)
Los dos torbellinos de chakra y garras interceptaron los pájaros en el aire. Normalmente, golpear explosivos activos es un suicidio, pero Sayuri había calculado la variable ambiental.
Al impactar la arcilla con sus garras imbuidas de chakra, el Campo Cero del templo reaccionó. La liberación repentina de energía (tanto de la arcilla como del ataque de Sayuri) atrajo a las raíces negras del techo.
Las raíces se dispararon hacia abajo como lanzas, buscando alimentarse.
¡Clac! ¡Clac!
Las raíces atravesaron los pájaros de arcilla antes de que pudieran detonar completamente, absorbiendo la ignición. Las explosiones fueron sofocadas, reducidas a simples "pops" de humo y polvo.
Sayuri aterrizó, derrapando. Tenía un corte en la mejilla, pero había logrado su objetivo: usar el hambre del templo como escudo.
—¡Maldita sea! —gritó Deidara, viendo su arte neutralizado de nuevo—. ¡Este lugar es una tumba para el arte!
Tobi, que se había mantenido al margen, inclinó la cabeza. Su ojo visible a través de la máscara se entrecerró.
—Sempai, la chica es lista —dijo Tobi, su voz bajando una octava, perdiendo momentáneamente el tono bufonesco—. Está usando las raíces defensivas del objetivo contra tus bombas. Si sigues alimentando al árbol con chakra explosivo, solo lo harás más fuerte... y matarás al chico que está conectado a él.
Deidara miró a Akira, cuyo cuerpo inerte seguía pegado a Kitsune.
—¿Ese renegado está interfiriendo con el núcleo? —Deidara comprendió—. ¡Está intentando controlar el arma!
—Entonces, dejemos los explosivos —dijo Tobi, dando un paso adelante. Desapareció en un borrón de velocidad—. Vamos a lo físico.
Sayuri apenas tuvo tiempo de reaccionar. Tobi reapareció frente a ella, no con un jutsu, sino con una patada giratoria brutalmente rápida. Sayuri bloqueó con los antebrazos, pero la fuerza del impacto la lanzó contra una columna de piedra. Sus huesos crujieron.
Este no era el bufón torpe. Este era un guerrero de élite que jugaba a ser tonto.
—Kuromaru, formación defensiva cerrada —ordenó Sayuri mentalmente, escupiendo sangre. Se levantó tambaleándose. Tenía que aguantar. Cada segundo que ella sangraba era un segundo que Akira tenía para salvar el mundo.
...
Akira abrió los ojos. O eso creyó.
No estaba en un bosque, ni en un templo. Estaba de pie sobre una superficie de agua negra, tan quieta que reflejaba un cielo que no existía. El cielo era blanco, un blanco cegador y estéril, sin sol ni nubes.
Frente a él, se alzaba una estructura colosal. Parecía una biblioteca infinita, con estanterías que se elevaban hacia el vacío blanco. Pero la biblioteca estaba en ruinas.
No había fuego, pero los libros se estaban quemando. Se deshacían en ceniza gris. La ceniza caía como nieve, cubriendo el suelo de agua negra, creando islas de lodo grisáceo.
—Esto es su mente —comprendió Akira.
Caminó hacia las estanterías. Tomó un libro al azar. El título en el lomo parpadeaba, cambiando de idioma y forma. Recuerdos de la Madre. El olor del mar en Kirigakure. El primer dolor.
Akira abrió el libro. Las páginas estaban en blanco. Justo cuando sus ojos se posaron en el papel, los bordes empezaron a desintegrarse en polvo.
—El Sello Cero —murmuró Akira, sintiendo un horror frío—. No solo absorbe el chakra actual. Está consumiendo el pasado del huésped para mantener el vacío. Se está comiendo sus recuerdos para alimentarse.
—No queda mucho —dijo una voz pequeña.
Akira se giró. Sentado en una pila de libros desintegrados, abrazando sus rodillas, había un niño. No tenía más de diez años. Tenía el pelo blanco y llevaba una bata de paciente de hospital manchada. No tenía rostro; donde deberían estar sus rasgos, había una mancha borrosa de estática, como si alguien hubiera borrado su identidad con una goma.
—¿Eres Kitsune? —preguntó Akira, acercándose con cautela, mostrando las palmas abiertas.
—Ese es el nombre que me dieron los hombres de las máscaras —dijo el niño. Su voz no venía de una boca, sino que resonaba directamente en la cabeza de Akira—. Antes tenía otro nombre. Pero el Árbol se lo comió ayer. Tenía una madre. El Árbol se la comió la semana pasada. Ahora solo recuerdo que me dolía.
Akira se arrodilló frente a él, ignorando la ceniza que manchaba su ropa.
—El Árbol es el Sello. Tateshina te hizo esto.
—Tateshina me dijo que yo era especial —dijo el niño sin rostro—. Dijo que mi cuerpo era una jaula perfecta. Pero la jaula tiene hambre. Siempre tiene hambre. Si no le doy de comer, me come a mí. Por eso traigo gente aquí. Para que el Árbol coma sus colores y me deje mis grises un poco más de tiempo.
Akira sintió una punzada de compasión que casi lo desarmó. Este niño estaba sacrificando a bandidos, animales y a cualquiera que se acercara, solo para preservar los últimos fragmentos de su propia memoria.
—Escúchame, Kitsune. Hay hombres afuera. Hombres con capas negras. Quieren llevarse el Árbol. Quieren usar su hambre para comerse el mundo entero.
—Que se lo lleven —dijo el niño con apatía—. Estoy cansado. Quiero dormir. Si me duermo, el Árbol se comerá lo último que queda y todo terminará. Será silencioso.
El suelo tembló. Una grieta se abrió en el cielo blanco. Ceniza negra comenzó a caer más rápido.
—Deidara está atacando afuera —pensó Akira—. El estrés físico está acelerando el colapso mental.
Akira agarró los hombros del niño. Al tocarlos, sintió una descarga fría.
—¡No puedes rendirte! Si te duermes, ellos ganan. Tienes que luchar contra el hambre.
—No sé cómo —lloró el niño, la estática en su rostro vibrando—. Es demasiado grande. Es un agujero negro. ¿Cómo peleas contra la nada?
Akira sacó el conocimiento que había adquirido de los diarios. Recordó el principio del Mokuton Inverso.
—No peleas contra el agujero. Lo llenas. —Akira miró al niño—. El Sello busca chakra y memoria porque está programado para llenar un vacío que nunca se sacia. Pero tú eres el dueño del vacío. Tú eres el anfitrión.
—No tengo nada con qué llenarlo. Mis libros están vacíos.
Akira tragó saliva. Sabía lo que tenía que hacer. Era peligroso. Podría dejarlo lobotomizado o catatónico. Pero era la única carta que le quedaba.
—Entonces toma los míos.
...
Sayuri fue lanzada hacia atrás, rodando por el suelo de piedra. Se detuvo al chocar contra las raíces negras que protegían a Akira y Kitsune.
Su brazo izquierdo colgaba en un ángulo antinatural. Roto.
—Kuromaru... —jadeó.
El gran lobo estaba a unos metros, defendiéndose de Deidara. El Akatsuki, frustrado por la ineficacia de sus explosivos a distancia, había recurrido al Taijutsu y a minas de arcilla de contacto. Kuromaru tenía quemaduras en el flanco y cojeaba, pero seguía interponiéndose entre el enemigo y su ama.
—¡Muere, chucho sarnoso! —gritó Deidara, saltando sobre el lobo con un kunai en cada mano.
Kuromaru esquivó, pero era lento. Una mina oculta en el suelo detonó bajo su pata trasera. El aullido de dolor del ninken desgarró el corazón de Sayuri.
—¡KUROMARU!
Tobi se rió desde la oscuridad.
—El vínculo entre el perro y el amo es fuerte. Pero eso lo hace una debilidad, ¿no crees?
Sayuri se levantó. Su visión se nublaba. Estaba perdiendo sangre y chakra. El Campo Cero del templo se hacía más fuerte con cada minuto, alimentado por la desesperación de la batalla.
Miró a Akira. Seguía inmóvil, perdido en su trance.
—Maldita sea, Akira... date prisa —susurró Sayuri.
Se arrancó la manga de su traje con los dientes y se ató el brazo roto al cuerpo para inmovilizarlo.
—¿Todavía quieres bailar? —preguntó Deidara, pateando a un Kuromaru herido y avanzando hacia ella—. Eres persistente. Lo admito. Pero mi paciencia se ha acabado. Voy a usar C4. Si el templo se lo come, que se atragante.
Deidara comenzó a masticar arcilla con su propia boca. Su cuerpo comenzó a hincharse, preparándose para liberar micro-bombas a nivel celular que desintegrarían a todo ser vivo en la sala.
—Tobi, aléjate —advirtió Deidara.
Sayuri sabía lo que venía. C4 Karura. No podía detenerlo. No tenía chakra suficiente para un Gatsūga de esa magnitud.
Se giró hacia Akira y Kitsune. Si no podía ganar, al menos podía ser un escudo de carne un segundo más.
Se colocó frente a ellos, extendiendo su único brazo bueno, con las garras fuera.
—Ven por mí, terrorista —gruñó, mostrando los colmillos manchados de sangre.
...
—¿Los tuyos? —preguntó el niño sin rostro.
—Sí. —Akira se concentró. Visualizó su propia mente no como una biblioteca, sino como un arsenal de planos y esquemas—. Toma lo que necesites. Aliméntalo. Sacia a la bestia lo suficiente para que puedas retomar el control.
—Te dolerá —advirtió Kitsune—. Si el Árbol come tus recuerdos, olvidarás. Olvidarás quién eres. Olvidarás por qué viniste.
—No importa —dijo Akira, aunque el terror le helaba las entrañas—. Solo deja lo necesario para luchar. Cómete el resto.
Akira cerró los ojos y proyectó sus recuerdos hacia el vacío blanco.
Visualizó su infancia en Amegakure. El hambre. El frío. Se deshizo en ceniza. Akira sintió un dolor agudo en la sien, como si le arrancaran un trozo de cerebro. De repente, no recordaba el nombre de su primera mascota.
Visualizó su entrenamiento en la Academia. Las caras de sus instructores. Ceniza. El dolor aumentó. Ya no recordaba cómo aprendió a lanzar un shuriken, solo que sabía hacerlo.
Visualizó los rostros de sus padres. Eran borrosos, pero estaban ahí. Ceniza. Gritó. Un agujero se abrió en su historia personal. Ahora era huérfano dos veces.
El niño sin rostro comenzó a brillar. La estática en su cara se calmó, revelando rasgos suaves, ojos tristes y humanos. El Sello Cero estaba comiendo, y al comer, se calmaba. La succión voraz disminuyó.
—Es suficiente —dijo Kitsune, su voz ahora clara y humana—. Está lleno por ahora.
Akira cayó de rodillas en el agua negra, jadeando. Se sentía ligero. Hueco. Había perdido años de su vida en segundos.
—¿Quién soy? —pensó con pánico momentáneo. Miró sus manos. Recordó su nombre: Akira. Recordó su misión: Salvar a Kitsune. Recordó a Sayuri.
Sayuri.
—¡Está afuera! —gritó Akira—. ¡Están matándola! ¡Kitsune, tienes el control! ¡Usa el templo! ¡No absorbas... REPELE!
El niño asintió. Sus ojos brillaron con una luz blanca intensa.
—Ya no tengo hambre —dijo Kitsune—. Ahora... estoy enfadado.
...
En el mundo físico, Deidara estaba a punto de escupir la nube de C4. Su cuerpo estaba expandido, brillando con chakra explosivo.
Sayuri cerró los ojos, esperando el final.
De repente, el sonido de succión del templo se detuvo.
El silencio absoluto se rompió. No con una explosión, sino con un pulso.
Las raíces negras que colgaban del techo y las que estaban incrustadas en el suelo brillaron con una luz blanca cegadora.
Kitsune, todavía suspendido en el aire, abrió los ojos y la boca.
—¡SHINRA... MOKUTON! (Liberación de Madera Divina)
No fue un Shinra Tensei como el de Pain. Fue una expulsión masiva de todo el chakra que el templo había estado acumulando durante años.
El aire se solidificó. Una onda de choque de pura presión de chakra y madera salió disparada desde el cuerpo de Kitsune en todas direcciones.
Sayuri y Akira (que acababa de despertar, cayendo al suelo) estaban en el epicentro, en el ojo de la tormenta, protegidos por la voluntad de Kitsune.
Pero Deidara no tuvo tanta suerte.
La onda de choque lo golpeó justo cuando estaba a punto de liberar su C4. La presión externa chocó con la presión interna de su técnica.
—¡NOOO! —gritó Deidara.
Su jutsu colapsó sobre sí mismo. La onda expansiva lo lanzó hacia atrás como un muñeco de trapo. Golpeó la pared opuesta de la antecámara con tal fuerza que atravesó la piedra sólida, saliendo disparado hacia el exterior del templo, hacia el precipicio de la montaña.
Tobi, reaccionando con su velocidad sobrenatural, se volvió intangible justo a tiempo. La onda de choque pasó a través de él, pero la fuerza del viento lo arrastró hacia afuera, obligándolo a retirarse para no ser aplastado por el colapso del techo.
El templo comenzó a derrumbarse. Las raíces, liberadas de su propósito de drenaje, comenzaron a crecer salvajemente, rompiendo la piedra, buscando el sol.
Akira se arrastró hacia Sayuri. Ella estaba en el suelo, acunando su brazo roto, mirando con asombro cómo el bosque muerto cobraba vida de golpe. La madera negra se volvía verde. Las flores brotaban de la piedra.
—¿Qué... qué hiciste? —preguntó ella, con la voz rota.
Akira se tocó la cabeza. Le dolía. Sentía que le faltaban piezas. Pero sonrió.
—Le di de comer —dijo Akira, mirando a Kitsune, que descendía suavemente al suelo mientras las raíces lo soltaban—. Y le enseñé a vomitar.
Kitsune aterrizó. Ya no parecía un cadáver. Parecía un niño cansado, pero vivo. Miró a Akira con reconocimiento.
—Gracias por los recuerdos —susurró el niño—. Sabían a lluvia.
El techo de la antecámara cedió, dejando entrar la luz del sol real por primera vez en décadas. Akatsuki había sido repelido. Pero Akira sabía que esto no era una victoria. Era solo el primer trueno de la verdadera tormenta.
Sayuri miró a Akira, notando la vacilación en sus ojos.
—Akira... ¿estás bien?
Akira la miró. Sabía quién era ella. Sabía que era importante. Pero por un segundo aterrador, no pudo recordar por qué habían huido de Konoha en primer lugar. Ese recuerdo se había ido.
—Estoy vivo —dijo él—. Vámonos antes de que el hombre de la máscara vuelva.
Kuromaru aulló a la luz del día, un sonido de victoria y advertencia. La cacería había cambiado de rumbo.
...
