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Chapter 1 - Capitulo 1 – Que carajo?!!

Capitulo 1 – Que carajo?!!

Roman Hernández caminaba con tranquilidad por las calles de su barrio, como si cada paso fuera parte de una coreografía que repetía día tras día. El sol del atardecer bañaba las fachadas con tonos anaranjados, y el aire fresco de diciembre le rozaba la piel con una mezcla de calma y melancolía. A simple vista, cualquiera lo habría confundido con un joven común: mochila al hombro, auriculares colgando del cuello, mirada perdida en algún pensamiento. Pero detrás de esa apariencia cotidiana se escondía una historia marcada por la ausencia.

Roman era hijo único de una familia de clase media. Su vida había sido sencilla, sin lujos, pero llena de cariño. Sus padres habían sido su mundo: su madre, con su risa contagiosa y sus recetas improvisadas; su padre, con su paciencia infinita y su amor por las películas clásicas. Todo cambió cinco años atrás, cuando un accidente los arrebató de su vida. Desde entonces, Roman había aprendido a convivir con el silencio, ese silencio que se instalaba en cada rincón de la casa y que parecía crecer con el paso del tiempo.

Al llegar a su hogar, abrió la puerta con la llave que siempre llevaba en el bolsillo derecho. El sonido metálico del cerrojo fue lo único que rompió la quietud. Dentro, lo recibió el silencio. Ese silencio que ya no era extraño, pero que seguía pesando como una losa. Encendió la luz del pasillo y dejó la mochila en el perchero. El eco de sus pasos le recordó que estaba solo, como cada noche.

Mañana sería su cumpleaños número 26. Otro año más celebrándolo sin sus padres. Recordaba cómo solían convertir ese día en una fiesta íntima: su madre preparaba su platillo favorito, su padre ponía música alegre, y él mismo se encargaba de los postres. Eran momentos simples, pero llenos de significado. Ahora, en cambio, el cumpleaños se había convertido en un recordatorio de lo que había perdido. No era que no tuviera amigos; de hecho, tenía varios. Pero compartir ese día sin sus padres le parecía incompleto, como si faltara la pieza central del rompecabezas.

Roman suspiró y se dejó caer en el sillón. La rutina estaba clara: en su cumpleaños, se refugiaba en su hobbie favorito. Ver televisión. Más específicamente, ver The Big Bang Theory. Esa serie había sido su compañera desde la adolescencia. La había visto tantas veces que ya había perdido la cuenta. No era solo entretenimiento: era un refugio, un espejo en el que se reconocía. Los personajes geeks, con sus rarezas y pasatiempos, le recordaban a sí mismo. En su infancia, marcada por el bullying y la incomprensión, la serie había sido un salvavidas.

Roman había crecido en una época dura. Como buen latino en un entorno poco respetuoso, había enfrentado burlas, agresiones y ataques. Su físico robusto y atlético lo había protegido de lo peor, pero las cicatrices emocionales seguían ahí. The Big Bang Theory le ofrecía algo distinto: un mundo donde ser geek no era motivo de burla, sino de pertenencia. Sheldon, Leonard, Howard, Raj... cada uno con sus manías, pero unidos por la amistad. Roman se había aferrado a esa idea.

Encendió la televisión. El brillo de la pantalla iluminó la sala. Navegó por el menú hasta encontrar la serie. Era casi un ritual: empezar desde el piloto, recorrer cada temporada, revivir cada chiste y cada momento. Sonrió con melancolía. "Un año más", murmuró. Tomó el control remoto y presionó play.

De pronto, todo se volvió oscuro.

La pantalla se apagó, pero no solo eso. La luz del pasillo desapareció. El reloj digital dejó de marcar la hora. Incluso el zumbido del refrigerador se detuvo. Roman parpadeó, confundido. El silencio se volvió absoluto, más profundo que nunca. Era como si el mundo entero hubiera dejado de existir.

Se levantó del sillón, tanteando en la oscuridad. "¿Un apagón?", pensó. Pero algo no cuadraba. El aire se sentía distinto, más denso. El silencio no era el de un corte eléctrico, sino el de un vacío. Roman sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Dio un paso hacia la televisión, pero el suelo parecía vibrar bajo sus pies. Una vibración leve, como el latido de un corazón gigante.

El control remoto cayó de su mano. El golpe contra el suelo resonó demasiado fuerte, como si el eco se multiplicara. Roman se agachó para recogerlo, pero al tocarlo sintió un calor extraño, casi como si estuviera vivo. Retrocedió instintivamente. "Esto no es normal", murmuró.

El silencio se rompió con un sonido inesperado: una voz. No era clara, más bien un murmullo, como si viniera de todas partes y de ninguna. Roman se quedó inmóvil, tratando de descifrarlo. La voz repetía algo, una palabra que apenas alcanzaba a entender: Bazinga.

Roman tragó saliva. Era imposible. Esa palabra pertenecía a Sheldon Cooper, el personaje de la serie. ¿Qué estaba pasando? Miró la pantalla apagada, esperando alguna señal. Y entonces, un destello iluminó la sala. No era luz eléctrica, sino un resplandor azulado que emanaba de la televisión. El destello creció, envolviendo todo a su alrededor. Roman intentó cubrirse los ojos, pero la luz lo atravesó.

Sintió que caía. No hacia abajo, sino hacia adentro. Como si la sala se hubiera convertido en un túnel infinito. El aire desapareció, reemplazado por un vacío que lo absorbía. Roman quiso gritar, pero su voz no salió. Solo el eco de Bazinga resonaba en su mente.

Cuando abrió los ojos, ya no estaba en su sala.

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Roman abrió los ojos y se encontró en un lugar completamente oscuro. No había paredes, ni suelo, ni techo. Era un vacío absoluto, un espacio negro que parecía extenderse infinitamente en todas direcciones. El silencio era tan profundo que podía escuchar el latido de su propio corazón, acelerado por la confusión.

De pronto, un destello rompió la negrura. Frente a él apareció una pantalla digital, flotando en el aire, hecha de pura luz. Sus bordes brillaban con un resplandor azulado, y en el centro se desplegaban letras luminosas que parecían escritas por una mano invisible:

"Lo siento. Has sido seleccionado para vivir una aventura."

Roman frunció el ceño. ¿Qué significaba eso? ¿Quién lo había seleccionado? ¿Por qué él? Miró a su alrededor, buscando alguna explicación, pero no había nada más que esa pantalla suspendida en la nada. El mensaje no ofrecía alternativas. Solo un botón en la parte inferior: Siguiente.

Roman dudó. Su instinto le decía que aquello no era normal, que debía resistirse. Pero al mismo tiempo, no veía otra salida. No había puertas, no había caminos, no había nada. Solo él y esa pantalla. Con un suspiro resignado, extendió la mano y presionó el botón.

El mensaje cambió. Ahora decía:

"Selección de bendiciones. Presione para girar la ruleta."

Una ruleta digital apareció en el centro de la pantalla, girando lentamente, con secciones iluminadas que mostraban palabras incomprensibles. Roman tragó saliva. "¿Bendiciones?", pensó. Aquello parecía sacado de un videojuego, como si estuviera dentro de un menú de rol. Sin pensarlo demasiado, presionó el botón.

La ruleta giró con un sonido metálico, como engranajes invisibles. El eco del giro resonó en el vacío, y Roman sintió que el aire vibraba con cada vuelta. Finalmente, la ruleta se detuvo. En la pantalla apareció el primer mensaje:

"Cuerpo mejorado: un cuerpo llevado a la cima del físico humano, dotado de talento y tintes especiales."

Antes de que pudiera reaccionar, una luz salió disparada de la pantalla y lo envolvió. Roman sintió un calor recorrer su piel, penetrar en sus músculos, en sus huesos. Era como si cada célula de su cuerpo despertara de un largo sueño. Sus manos se tensaron, sus piernas se llenaron de energía, su respiración se volvió más profunda. El peso de la rutina, del cansancio acumulado, desapareció.

Se miró las manos, sorprendido. No habían cambiado de forma, pero las sentía distintas: más firmes, más seguras. Su espalda se enderezó sola, como si hubiera estado encorvada toda su vida y ahora, por fin, se liberara. Roman cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación. Era como si su cuerpo hubiera alcanzado un estado perfecto, un equilibrio absoluto entre fuerza, resistencia y agilidad.

La pantalla volvió a sonar. Un segundo mensaje apareció:

"Sabiduría afinada: dota su mente de amplias posibilidades, una sobreestimulación y desarrollo, llevándolo a donde solo soñó."

Debajo, en letras más pequeñas, se desplegaban especificaciones:

IQ 190Memoria eideticaClaridad mentalComprensión rápidaPensamiento lógico y creativoConservación de la esencia humana normal

Roman apenas tuvo tiempo de leerlo cuando otra luz salió de la pantalla y lo atravesó. Esta vez no fue calor, sino un torrente de claridad. Su mente se expandió como un horizonte que se abre de golpe. Ideas, recuerdos, conexiones... todo se ordenó con una precisión asombrosa.

Recordó escenas de su infancia con una nitidez que lo dejó sin aliento: el olor del café que su madre preparaba, la textura de la madera del escritorio de su padre, el sonido exacto de la risa de un amigo en la secundaria. Todo estaba ahí, fresco, como si hubiera ocurrido ayer.

Pero no era solo memoria. Roman sintió que podía analizar cualquier cosa con una rapidez increíble. Pensamientos que antes le tomaban minutos ahora se resolvían en segundos. Problemas que parecían complejos se reducían a patrones simples. Su mente era un motor encendido, funcionando con una eficiencia que nunca había imaginado.

"Esto... esto es imposible", murmuró, aunque su voz se perdió en el vacío.

La pantalla volvió a sonar. Un tercer mensaje apareció, acompañado de un resplandor suave:

"Empatía profunda."

Debajo, una lista se desplegó:

Intuición emocional agudaHabilidad para leer lenguaje corporal, tono, microexpresionesCarisma natural, facilidad para conectar con todo tipo de personasCapacidad para mediar, inspirar y formar vínculos profundos

Roman apenas pudo leerlo cuando la luz lo envolvió de nuevo. Esta vez no fue calor ni claridad, sino una sensación cálida en el pecho. Como si alguien hubiera encendido una llama suave en su corazón. De pronto, comenzó a percibir cosas que antes pasaban desapercibidas: el ritmo de su respiración, la tensión en sus músculos, incluso la vibración sutil del aire a su alrededor.

Pero lo más sorprendente fue la conciencia emocional. Roman sintió que podía leer su propio estado interno con una precisión quirúrgica. El miedo, la confusión, la esperanza... todo estaba ahí, y podía distinguirlo con claridad. Era como si hubiera adquirido un sexto sentido, capaz de detectar emociones en los demás, incluso antes de que fueran expresadas.

Se llevó la mano al pecho, impresionado. "¿Qué me está pasando?", pensó.

La pantalla permaneció frente a él, brillando con calma, como si esperara su reacción. Roman respiró hondo. Su cuerpo estaba más fuerte, su mente más clara, su corazón más sensible. Era una transformación completa. Y aunque no entendía por qué había sido elegido, una certeza comenzó a crecer en su interior: aquello no era un castigo, sino una preparación.

El vacío seguía rodeándolo, pero Roman ya no se sentía indefenso. Por primera vez en años, tenía la sensación de que algo extraordinario estaba a punto de comenzar.

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La pantalla frente a Roman volvió a cambiar. El resplandor azulado se intensificó, y nuevas letras se desplegaron con una claridad casi solemne:

"Esta es la aventura Bazinga. Lo siguiente es seleccionar su origen. Así que escoja."

Roman frunció el ceño. ¿Origen? La palabra resonó en su mente con un eco extraño. No sabía qué significaba exactamente en ese contexto, pero intuía que se trataba de algo decisivo.

De pronto, la pantalla se transformó en un mosaico de imágenes. Cinco retratos aparecieron, iluminados como si fueran cartas de un juego:

Sheldon Cooper

Leonard Hofstadter

Howard Wolowitz

Rajesh Koothrappali

Penny Teller

Roman se quedó inmóvil, observando cada imagen. Reconocía a todos ellos de inmediato. Eran los personajes que había acompañado durante años, los rostros que le habían dado risas en momentos de tristeza, compañía en noches solitarias, y un sentido de pertenencia cuando el mundo real parecía demasiado hostil.

El corazón le latía con fuerza. Todo seguía pareciendo una fantasía, un sueño demasiado elaborado. Pero había algo en el mensaje que lo inquietaba: "Aventura Bazinga." Esa palabra, ese remate característico de Sheldon, lo conocía desde hacía años. Era imposible no reconocerlo. Bazinga era más que una broma; era un sello, un recordatorio de que la vida podía ser absurda y divertida al mismo tiempo.

Roman tragó saliva. "¿Qué significa seleccionar un origen?", pensó. ¿Acaso iba a convertirse en uno de ellos? ¿O simplemente iba a vivir su vida dentro de su mundo? La incertidumbre lo paralizó por unos segundos.

Miró la imagen de Sheldon Cooper. El genio excéntrico, arrogante y brillante. Roman sabía que elegirlo significaría enfrentarse a una mente prodigiosa, pero también a una soledad difícil de manejar. Sheldon era fascinante, pero demasiado extremo.

Luego observó a Howard Wolowitz. El ingeniero con su estilo llamativo, siempre buscando impresionar. Roman sonrió con ironía. "No, definitivamente no quiero ser el tipo que usa cinturones con hebillas ridículas."

Rajesh Koothrappali apareció en la tercera imagen. Roman lo recordaba como el chico dulce, tímido, incapaz de hablar con mujeres sin alcohol. Había ternura en él, pero también fragilidad. Roman dudó. "No sería un mal camino... pero tampoco me siento identificado."

Finalmente, sus ojos se posaron en Penny Teller. La vecina carismática, la chispa que encendía la dinámica del grupo. Roman la admiraba, pero sabía que su historia estaba marcada por la lucha constante entre sueños y realidad. "No... no me veo en su piel."

Y entonces, Leonard Hofstadter. El moderado, el puente entre todos. El científico brillante pero humano, el que soportaba las excentricidades de Sheldon, el que buscaba amor y estabilidad, el que siempre intentaba mantener la paz. Roman sintió un extraño alivio al mirarlo. Leonard no era perfecto, pero era equilibrado. Era el punto medio entre genialidad y vulnerabilidad.

"Si tengo que elegir... será Leonard," murmuró.

Extendió la mano y tocó la imagen. La pantalla vibró con un sonido metálico, como si un engranaje invisible se hubiera activado. El retrato de Leonard se iluminó con un resplandor dorado, y el mensaje cambió:

"Gracias. Disfrute su aventura."

Roman apenas tuvo tiempo de reaccionar. Todo se apagó. La pantalla desapareció, el resplandor se extinguió, y el vacío volvió a envolverlo. Pero esta vez no era un silencio estático. Bajo sus pies, el suelo inexistente se abrió como un abismo. Un túnel apareció, oscuro y profundo, girando como un remolino.

Roman sintió cómo una fuerza invisible lo absorbía. No tuvo oportunidad de resistirse. Su cuerpo fue arrastrado hacia abajo, como si la gravedad hubiera cambiado de dirección. El túnel lo envolvió, y la sensación era indescriptible: no era caer, no era volar, era ser transportado.

El aire vibraba a su alrededor, y luces fugaces aparecían en las paredes del túnel. Eran destellos de recuerdos, imágenes que pasaban demasiado rápido para comprenderlas. Roman creyó ver escenas de la serie: Sheldon golpeando la puerta de Penny, Howard con su traje espacial, Raj riendo tímidamente, Leonard ajustando sus gafas. Todo se mezclaba en un torbellino de colores y sonidos.

"¿Qué... qué está pasando?", pensó, aunque su voz se perdió en el vacío.

El túnel se estrechaba, y la velocidad aumentaba. Roman sintió que su cuerpo se desintegraba en partículas de luz, como si estuviera siendo reconstruido. El calor del primer regalo, la claridad del segundo, la empatía del tercero... todo se fusionaba en él, preparándolo para lo que venía.

De pronto, un destello final lo cegó. El túnel desapareció. Roman cayó de golpe, pero no contra el vacío, sino contra algo sólido.

Abrió los ojos.

Ya no estaba en la oscuridad.

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