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El cuy enamorado.

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Synopsis
Desde aquel día, los animales de las alturas aprendieron que no todo lo que brilla es bueno, y que la astucia no siempre está en quien parece más vivo, sino en quienes observan con cuidado y actúan con inteligencia. El gallo se volvió un símbolo de prudencia y sabiduría. Cada amanecer, su kikirikí resonaba por los cerros como un recordatorio de que el ingenio y la precaución pueden proteger a toda la comunidad. Y así, la historia del Gallo Astuto se fue contando de generación en generación, enseñando que la verdadera sabiduría combina inteligencia con buen corazón.
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Chapter 1 - El cuy enamorado.

🐹 El cuy enamorado.

Cuento que no vas a leer.

✍️ Ricardo Cabanillas.

Trujillo, Perú — 2025.

Cuentan los antiguos pobladores que, hace mucho, mucho tiempo, allá arriba, en las alturas de nuestro querido Perú —donde el viento nunca deja de soplar y juega con los ichus — vivía un cuycito de orejitas paradas y corazón grande.

El pobre andaba enamorado de una cuyita llamada Clarita, la más linda del Ande. decía ¡Ah, ¡qué hermosa es! Tenía el pelito suave como copito de algodón, los ojitos brillantes como el sol de la mañana y su casita de barro la mantenía siempre limpia y ordenada.

El cuy la contemplaba desde su ventanita, mientras el viento se llevaba, uno a uno, todos sus suspiros y penas.

A veces se quejaba bajito:

—¿Por qué no seré tan vivo como el zorro? Ese sí que siempre se sale con la suya…

Y así pensaba y pensaba, hasta que un día se dijo:

—¡Hoy mismo cambio mi suerte! Haré una gran fiesta en mi casa. Invitaré a todos los animalitos del Ande… y, por supuesto, a Clarita. Me pondré mi mejor ropita, la que me cosió don Moisés, el sastre del pueblo vecino. Habrá maíz tostado, mote, papitas sancochadas y dulce de miel. ¡Hasta el zorro será mi invitado! Ese día le diré a Clarita lo que siento, y si el destino quiere… ¡me aceptará! y se casará conmigo.

Y fue así que al día siguiente se levantó muy tempano y pario a buscar a todos sus invitados incluido el zorro.

El zorro, como siempre, con su aire de importante, se hacía el ocupado.

—No sé, cuy… tengo muchos asuntos que atender —decía, rascándose el hocico.

Pero el cuy, tan amable y bueno, insistió tanto que el zorro terminó diciendo:

—Está bien, compadre. Iré a tu fiesta.

El cuy regresó muy feliz. Desde ese instante empezó a limpiar su casita; adornó las paredes con flores silvestres y multicolores. Cuando llegó el gran día, comenzó a cocinar desde tempranito. "Todo tiene que salir perfecto", se decía.

Cuando el sol asomó por los cerros, los invitados empezaron a llegar: el sapo con su tamborcito, la vizcacha con su moñito nuevo, la oveja con su ponchito limpio y el gallo con el pecho inflado, luciendo sus plumas rojas como fuego.

Sonó la quena, respondió el charango, y en un instante todos estaban bailando y cantando llenos de alegría. Disfrutaron de los potajes y dulces más exquisitos preparados por nuestro amiguito.

Pero el zorro, ¡ay!, el zorro no había venido a celebrar. Mientras todos comían y reían, él observaba en silencio, esperando el instante perfecto para dar inicio a su plan de engaño.

Sin que nadie se dé cuenta, me llevaré las gallinas, los pollitos y los gallos que este cuycito cría con tanto esmero. así ¡Tendré comida para todo el año!

Entonces se levantó y, con voz grave, anunció:

—¡Amigos míos! Se vocea una peste terrible que matara a todas las aves. Si no las aislamos, todas morirán. Yo puedo ayudarlos: déjenme llevármelas a mi casa, y allá las cuidaré hasta que pase el peligro.

El cuy, tan confiado, le creyó sin dudar.

—¡Ayudemos al zorro! —gritó—. ¡Es por el bien de todos!

Y así fue como comenzaron a llenar los sacos con las aves, mientras el zorro se relamía de gusto.

Pero el gallo, con mucha astucia, lo observaba de reojo.

—Este zorro no me da buena espina —susurró.

Salió lentamente por la puerta trasera y aprovechando que nadie lo veía, cambió los sacos con aves por otros llenos de piedras.

Al amanecer, cuando ya todo había terminado y algunos aún dormían, el zorro partió feliz. Cargó los sacos sobre las acémilas y uno sobre su lomo, y partió de regreso. Pero apenas avanzó unos metros, comenzó a renegar:

—¡Qué pesadas están estas aves!

Cansado, fue dejando los sacos uno tras otro por el camino, hasta que, molido y sudando, llegó a su cueva. Allí abrió el único saco que había logrado hacer llegar… y gritó furioso:

—¡¿Qué es esto?! ¡Piedras! ¡Piedras nada más!

El eco se perdió por los cerros, como riéndose de él: repitiendo.

—¡Piedras… nada más…!

Al día siguiente, el gallo se subió al techo del cuy y cantó con toda su fuerza su habitual.

—¡Kikirikííííííííííííí!

El cuy se asomó a la ventana y le preguntó:

—¿Qué pasa, compadre gallo?

Y el gallo le contó cómo había engañado al tramposo del zorro.

El cuy lo abrazó con mucha alegría, y agradecimiento Clarita, al verlo tan contento y agradecido, lo miró con otros ojos: con más ternura, con más amor, abrigando una ilusión en su pequeño corazoncito.

Desde ese entonces, el zorro ya no se atreve a subir por las alturas.

Y todos aprendieron que la verdadera astucia no está en mentir, sino en cuidar a los suyos y escuchar cuando el corazón lo advierte.

Y así, bajo el canto del gallo y el perfume fresco del ichu, se cerró un capítulo más en la vida de los animalitos del Ande peruano.

Desde aquel día, todos recuerdan esa fiesta como la más alegre que jamás se vivió en las alturas.

Y colorín colorado, este cuento a acabado.