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Chapter 3 - Capítulo 3: Anatomía del Silencio

Bajo la Glock lentamente. Una bala cuesta dinero. El silencio, en cambio, es gratis si sabes cómo fabricarlo. Además, disparar ahora sería estúpido. El sonido, incluso con silenciador, es un chasquido metálico distintivo que podría alertar a los fumadores de la entrada. Mi cuerpo de catorce años no tiene la fuerza bruta que tenía en Madrid, donde podía romper una nariz de un cabezazo sin pensarlo dos veces, pero tengo algo mejor: la física y una total ausencia de vacilación.

Guardo el arma en la funda oculta en mi espalda baja y saco mi cuchillo táctico. No es una katana de fantasía ni nada que verías en un anime barato. Es una hoja fija de doce centímetros, acero al carbono, pavonado en negro mate. Herramienta de trabajo.

Me acerco al guardia que se ata el cordón. Su cuello está expuesto, una invitación biológica. En mi mente, veo los diagramas anatómicos superpuestos sobre su piel húmeda por la lluvia. La arteria carótida late bajo la piel pálida, un metrónomo contando los segundos que le quedan de vida.

No hay grito. Me muevo con la fluidez que el Sistema ha empezado a grabar en mis músculos. Mi mano izquierda cubre su boca, ahogando la sorpresa, mientras mi mano derecha hunde la hoja en la base del cráneo, buscando el tronco encefálico. Es un movimiento quirúrgico, aprendido en otra vida y perfeccionado en esta. El cuerpo se queda flácido instantáneamente, como una marioneta a la que le cortan los hilos. Lo arrastro detrás de un contenedor de basura oxidado. El olor a basura podrida y sangre fresca se mezcla en el aire.

[Muerte Silenciosa confirmada. +50 XP]

La notificación flota en mi visión periférica. La ignoro. Quedan tres.

Me deslizo hacia la entrada principal pegado a la pared de ladrillo. Los dos guardias que fuman están a diez metros. Se ríen de algo, el humo de sus cigarrillos creando halos grises bajo la luz amarillenta de la única farola que funciona. Están relajados, confiados en su estatus de intimidación barata.

Recojo una tuerca oxidada del suelo. Pesa lo suficiente. Calculo la parábola y la lanzo hacia un montón de palets de madera al otro lado del callejón. *Clang*.

El ruido seco corta la conversación. Ambos giran la cabeza.

—¿Qué coño ha sido eso? —pregunta el más alto, sacando una linterna.

—Seguro es una rata. Este lugar es un asco —responde el otro, aunque su mano baja hacia la pistola que lleva en el cinturón.

El alto camina hacia el ruido. Error. Dividir la fuerza es la primera regla para morir joven. Espero a que se aleje cinco pasos. El segundo guardia se queda solo, mirando la espalda de su compañero, dándome la suya.

Salgo de las sombras. No corro; fluyo. El asfalto mojado amortigua mis pasos, pero la velocidad es clave. Antes de que pueda sentir mi presencia, estoy sobre él. Una patada seca en la corva de su rodilla lo hace caer sobre una pierna. Bajo su centro de gravedad a mi altura. Perfecto. Paso el brazo alrededor de su cuello en un *mata-león* modificado, apretando no para ahogar, sino para cortar el flujo sanguíneo al cerebro. Se debate, araña mis antebrazos con desesperación, pero mis guantes de polímero resbalan. Cinco segundos. Diez. Sus movimientos se vuelven espasmódicos. Quince. Se desploma.

Lo dejo caer suavemente para no hacer ruido. El otro guardia, el de la linterna, se gira al no encontrar nada entre los palets.

—Oye, Kenta, no veo ni mierda, vamonos adentr... —Su voz se apaga cuando ve el espacio vacío donde debería estar su amigo.

Me ve. O más bien, ve una sombra pequeña con gafas reflejando la luz de la farola. Abre la boca para gritar, pero soy más rápido. En la distancia corta, un cuchillo gana a una pistola enfundada nueve de cada diez veces. Cierro la distancia en dos zancadas. Lanzo un golpe con la empuñadura del cuchillo directo a su tráquea. El sonido es horrible, un crujido húmedo. Se lleva las manos al cuello, incapaz de respirar, mucho menos de alertar a nadie. Una estocada precisa bajo la costilla termina el trabajo. Cae de rodillas, mirándome con ojos desorbitados, intentando comprender cómo un niño de secundaria acaba de desmantelar su existencia.

—Shhh —susurro, empujándolo suavemente hacia el suelo empapado.

Tres fuera. Queda uno. El guardia de la puerta lateral.

Este está más alerta. No fuma, no se distrae. Mira a ambos lados cada pocos segundos. Me limpio la hoja en la chaqueta del hombre que acabo de matar y rodeo el edificio para flanquearlo. No hay cobertura cerca de él. Tendré que ser creativo.

Activo mi inventario mental y saco una moneda de 100 yenes. Camino hacia él, saliendo de la oscuridad con las manos en alto, adoptando mi postura de "Kenji Sato, estudiante inofensivo". Tiemblo visiblemente, fingiendo frío y miedo.

—¡E-eh! ¡Señor! —llamo con voz quebrada.

El hombre desenfunda su arma inmediatamente, apuntándome al pecho.

—¡Quieto ahí! ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí, mocoso?

Me detengo, levantando las manos más alto, dejando que la lluvia empape mi uniforme escolar y me pegue el pelo a la frente. Parezco patético. Inofensivo.

—Me he perdido... mi batería se murió y... —doy un paso vacilante hacia adelante—. Solo quiero ir a la estación.

El guardia baja el arma unos centímetros, confundido por mi apariencia. Su cerebro lucha por procesar la amenaza: un niño flacucho con gafas empapado no encaja en su perfil de riesgo.

—Lárgate de aquí antes de que te rompa las piernas, niñato. Esto es propiedad priva...

Estoy a dos metros. Suficiente. Mi expresión de miedo se evapora, reemplazada por una frialdad absoluta. Lanzo la moneda a su cara. Es un truco infantil, pero el reflejo humano de cerrar los ojos ante un objeto que se acerca a los ojos es inevitable. Parpadea.

En ese parpadeo, muero y renazco como la violencia misma. Me lanzo bajo su guardia, esquivando el cañón de su pistola, y clavo el cuchillo en la arteria femoral de su pierna derecha. Grita, pero el trueno que retumba en el cielo en ese exacto instante se traga su voz. Cae al suelo, y un golpe seco de mi bota en su sien lo deja inconsciente antes de que se desangre.

Silencio otra vez. Solo la lluvia.

[Objetivo Secundario Completado: Eliminación Sigilosa (4/4). Bonificación de XP otorgada].

Arrastro el último cuerpo fuera de la vista. Mi uniforme está sucio de barro y salpicaduras microscópicas de sangre que se lavarán con agua fría, pero mi ritmo cardíaco apenas ha subido. Siento una claridad mental embriagadora. Esto es lo que soy.

Guardo el cuchillo y miro hacia arriba. La escalera de incendios me lleva a la claraboya. Subo rápido, el metal frío bajo mis guantes. Llego al tejado y me arrastro hasta el cristal roto cubierto por la lona. Levanto una esquina de la tela y miro hacia abajo.

El almacén está iluminado por focos de obra. En el centro, sobre unas mesas plegables, hay maletines abiertos mostrando hileras de armas automáticas y paquetes de polvo blanco. Cuento doce hombres. El líder de los Dragones de Neón, un tipo con un traje blanco ridículo manchado de grasa, está gritando a alguien por teléfono.

—¡Me importa una mierda si la policía está nerviosa! ¡Quiero el dinero hoy!

Tengo la ventaja de la altura. Tengo el elemento sorpresa. Y tengo mi Glock con el cargador lleno. Podría disparar al líder desde aquí y causar el caos, o bajar y convertirme en una sombra entre las cajas para cazarlos uno a uno.

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