Cherreads

Chapter 4 - La luz de un nuevo amanecer

No logré matar al monstruo.

Aunque lo herí, su cuerpo siguió respirando entre las sombras,

como un fragmento de algo que se niega a morir.

Su sangre era luz.

Y mientras escapaba, sentí que una parte de esa claridad quedaba adherida a mi piel.

Entonces, las sirenas del Nuevo Orden comenzaron a sonar a lo lejos,

extendiéndose por los barrios en ruinas como una advertencia.

Poco después, las sombras cobraron forma:

los agentes se movían como enjambres,

sellando las calles con campos de contención.

Corrí.

No por miedo, sino porque era lo que debía hacer.

A través de callejones y luces rojas que parpadeaban sobre el concreto,

dejé atrás todo lo que me había definido esa noche;

volví a nacer como otra sombra.

Con el tiempo, la Resistencia me dio una nueva identidad,

un hogar prestado y una misión que exigía sacrificio.

En el papel, mi tarea era sencilla: recolectar información, seguir rumores

y rastrear cualquier señal que nos condujera al Cazador.

Para hacerlo, debía infiltrarme donde el Nuevo Orden forma a sus futuros guardianes.

En este mundo existen dos tipos de escuelas.

La primera, oculta tras cúpulas de cristal, pertenece a los nuevos Herederos y a los despertados de los antiguos guerreros que alguna vez desafiaron a los Dioses.

Allí aprenden a dominar su poder, a creerse dueños del mundo que heredaron.

La segunda es la de los olvidados.

Niños sin nombre, sin linaje, sin poder.

A ellos se les enseña a obedecer, a mirar hacia abajo, a vivir sin preguntas.

No se espera de ellos grandeza. Solo silencio.

Fui asignada a la primera.

El dinero se encargó de abrir las puertas. Ser joven ayuda.

Nadie sospecha de una chica que sonríe y se comporta como se espera.

Eso me permite moverme sin dejar huellas… aunque no por mucho tiempo.

Esta misión es corta. Después, tendré que desaparecer.

El mundo parece tranquilo.

La ciudad respira bajo un cielo de luces blancas y ruido constante; todo luce limpio, ordenado, como si la perfección aún fuera posible.

A veces me cuesta creer que este es el mismo mundo que los dioses tocaron.

Pero en medio de tanta claridad, hay algo que no encaja.

Un vacío que late detrás del vidrio, como si la ciudad ocultara su propio corazón muerto.

Camino entre la multitud y me detengo frente a un charco.

La luz se rompe en su superficie, y por un instante creo ver dos sombras.

Una me observa en silencio; la otra me sonríe.

El eco de una voz se mezcla con el ruido, suave, como si la lluvia misma la pronunciara.

Quizá Amber aún me guía desde el más allá.

Recordándome que no estoy sola.

Que incluso en esta misión, alguien todavía camina conmigo.

El aula olía a incienso, acompañado de un eco unisonó de voces que repetía antiguas magias que sonaban más a plegarias.

Al caminar, las paredes, blancas y lisas, reflejaban una luz pálida que nunca cambiaba de intensidad.

No había interrupciones.

Solo respiraciones y el tic tac del reloj.

Me habían ordenado observar y analizar sus talentos y debilidades, para darles caza en el futuro. Los descendientes eran torpes en sus movimientos; sus rostros, aunque serenos, carecían de la frustración del fracaso al lanzar un hechizo. El poder fluía por sus venas, sí, pero no les brindó ese talento innato para aprender con rapidez. De haberlo tenido, habríamos enfrentado un verdadero problema.

Los Herederos en cambio eran todo lo contrario, el talento fluía en ellos como una corriente de agua cargada de energía divina.

Pasaron unos minutos antes de que el murmullo se extinguiera y el aula quedara en un silencio que no parecía natural.

Podía sentirlo: algo se aproximaba.

Una presencia recorrió la sala, suave al principio, pero tan densa que incluso las partículas mágicas parecían detenerse.

Entonces la vi.

Caminaba entre los pasillos con una calma que no era humana.

Su cabello verde esmeralda se movía por cuenta propia, como hojas agitadas por un viento que solo la tocaba a ella.

Sus ojos, del mismo color, eran profundos —demasiado—, y por un instante tuve la sensación de que, si los miraba fijamente, podría perderme en ellos.

Dentro de su mirada se escondía algo, como una estación eterna, suspendida en reposo.

La piel, pálida.

La voz, casi ausente.

Era la heredera de la diosa de la naturaleza.

No necesitaba que nadie lo dijera; el aire la reconocía por mí.

Nadie la miraba directamente.

La devoción, o tal vez el miedo, no lo permitían.

El suelo bajo sus pies floreció con su paso, y vi cómo pequeñas raíces brotaban de las grietas, buscando la luz.

Mi pecho se tensó.

No sabía si era admiración o algo más oscuro.

Había algo en ella que me llamaba… y a la vez me empujaba a mantenerme lejos.

Su sola existencia me hacía sentir fuera de lugar,

como si la humanidad que aún me quedaba

fuera un error que el mundo había olvidado corregir.

El instructor, al verla, frunció el ceño. Parecía molesto, o quizá incómodo por su tardanza.

Pero incluso él bajó la mirada cuando ella se detuvo.

La lección continuó, y el instructor indicó a los descendientes que canalizaran la energía mágica.

Uno a uno, extendimos las manos, y el poder respondió, abriéndose como una flor que busca el sol.

La heredera, en cambio, no necesitó moverse.

Su poder divino creció a su alrededor como una secuoya que rompe el cielo,

y la naturaleza entera pareció reconocer a su dueña.

El aire se volvió más limpio, casi dulce.

Algunos estudiantes comenzaron a llorar en silencio.

Al caer la noche, envié mi informe.

Las palabras se grabaron en el dispositivo y desaparecieron tras la transmisión.

"He identificado a una descendiente directa de la diosa de la naturaleza.

Su energía es pura, su control, absoluto.

Edad estimada: dieciséis años."

Cerré el comunicador y miré por la ventana del dormitorio asignado.

Las luces del campus se reflejaban en el cristal, delineando no solo mi silueta, sino mi determinación.

Afuera, los árboles frente a la ventana se agitaron, aunque no había viento.

Por un instante, creí escuchar un susurro.

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