Cherreads

Chapter 8 - Capitulo 5.5

Damián avanzaba por el camino de tierra, iluminado apenas por la luna. Sus pasos eran torpes, lentos, como si cada movimiento apuñalara el mismo punto en su pecho. Aún sentía la zona donde la lanza lo había atravesado. No era un dolor insoportable, pero sí uno que se negaba a desaparecer. Cada respiración le ardía. La herida estaba cerrada… pero no sanada. Rhazel había evitado la muerte, no el daño.

El bosque se abría poco a poco hasta dejar ver las luces de la aldea cercana. Damián apretó los dientes y siguió caminando con la mano sobre el pecho, sintiendo la sangre tibia deslizarse por su piel. Su camisa estaba partida y pegada a la piel por la sangre seca.

No sabía si tenía fuerza o si era puro instinto lo que lo mantenía de pie.

-Estoy vivo… Eso creo -pensó, confundido por completo.

Al llegar a la aldea, caminó directo hacia la posada donde llevaba alquilando una habitación las últimas semanas. A esa hora casi todos dormían, así que subió sin que nadie le preguntara nada.

Cerró la puerta con cuidado y se apoyó en ella. Por un momento, el silencio lo golpeó más fuerte que la lanza. Allí, apoyado en la puerta, recordó los gritos, el frío de la noche, la desesperación que lo hizo suplicar ayuda sabiendo que nadie llegaría.

Recordó la punta de la lanza saliendo por su pecho. Recordó el miedo, ese miedo de morir como un simple ladrón allí entre el silencio del oscuro bosque.

Respiró hondo, temblando. Sus ojos se movieron hacia el rincón donde había dejado el espejo que robó durante su segundo atraco a un castillo. No era grande, apenas del tamaño de su torso, pero le servía para mantener su aspecto decente… y ahora, para enfrentar lo que no quería ver.

Se acercó con pasos lentos. Se quitó la camisa despacio, con los dedos temblando. Primero miró su pecho. Y allí estaba. La herida donde había salido la punta de la lanza no era ya un agujero mortal. Ahora parecía una cortada profunda, mal cerrada, rosada en los bordes, aún sangrando. La sangre corría en hilos lentos por su abdomen.

La piel alrededor estaba irritada, como si la carne hubiese sido "soldada" de golpe.

Damián tragó saliva. Giró un poco para ver su espalda en el espejo. El punto de entrada era igual: una abertura fea, casi del tamaño de dos centímetros, sangrando, fresca, irregular… como si su cuerpo hubiese decidido cerrar solo lo necesario para mantenerlo con vida. Ambas heridas tenían la forma circular de una moneda pequeña.

No podía entenderlo. No podía aceptarlo. No todavía.

-…Esto… -susurró, tocando con cuidado el borde de la herida. Un escalofrío lo recorrió entero-. ¿Esto es real?

Al mirarse a los ojos en el espejo, algo lo desconcertó aún más: había un cansancio profundo en su mirada, pero también un brillo extraño. No era luz… era como si algo más estuviera despierto dentro de él.

Recordó la voz de Rhazel en el bosque, suave pero firme. Recordó sus palabras sobre la "llama que nunca muere". Recordó su decisión. O su desesperación.

Se apartó del espejo, respirando con dificultad. Su pecho subía y bajaba rápido.

-¿Qué soy ahora? -pensó.

No se sentía más fuerte. No se sentía diferente. Solo se sentía… vivo. De una forma extraña.

Tomó un trapo húmedo y trató de limpiar la sangre, pero cada toque le sacaba un quejido suave. La herida ardía como fuego recién encendido.

No moriría por eso. Eso ya era seguro.

Pero el dolor no se iba.

La habitación estaba en silencio total. Solo su respiración agitada llenaba el aire.

Damián se sentó en la cama, con la camisa en la mano y la vista puesta nuevamente en el espejo.

Sabía que nada volvería a ser igual. Sabía que su alma ya no le pertenecía. Y sabía que había aceptado algo que no comprendía por completo aún.

Se recostó lentamente y cerró los ojos, con la mano sobre el pecho.

-"…Estoy vivo." -susurró.

Pero no sonó como un alivio. Sonó como una duda.

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