Cherreads

Chapter 9 - Capitulo 6

Damián despertó sobresaltado. No había dormido bien. Cada vez que cerraba los ojos veía la lanza atravesando su pecho, veía la sangre bajando por su piel… y veía a Lyra, tirada en el suelo, suplicando por ayuda que él no pudo darle.

Se incorporó con dificultad. Su cuerpo aún dolía. La herida ya no lo atravesaba, pero el punto de entrada en su espalda y la marca en su pecho seguían abiertos como cortes frescos. No le habían desaparecido. Como todo lo que Rhazel había prometido.

Tomó una ducha rápida para quitarse la sangre seca. El agua no calmó el dolor, pero sí lo hizo sentir un poco más humano.

Se vistió despacio y bajó las escaleras de la posada, tratando de caminar con normalidad. Saludó a los aldeanos, pero se detuvo en seco cuando escuchó una voz dentro de su cabeza.

-¿Sigues vivo? Qué resistencia tan… lamentable -la voz de Rhazel resonó con claridad-. Debiste dormir más. O morir de una vez.

Damián dio un salto involuntario, golpeando la mesa de enfrente. Todos los aldeanos lo miraron con extrañeza.

-Lo siento, me tropecé -mintió, sintiéndose observado.

No quería seguir allí. Salió rápidamente al aire libre, buscando un poco de calma. Necesitaba algo para el dolor, y recordó la planta medicinal que los aldeanos le habían mencionado días antes. Incluso le habían enseñado a identificarla.

Suspiró. Era mejor hacer algo útil que quedarse pensando en Lyra.

Antes de llegar al sendero vio a Lenn, un niño de la aldea, acercarse corriendo.

-¡Damián! ¿Puedo ir contigo? No tengo nada que hacer hoy.

Damián dudó. No tenía fuerzas para sonreír, pero el niño le recordaba que había cosas inocentes aún en ese mundo.

Asintió.

-Está bien. Pero no te separes de mí.

Lenn sonrió ampliamente.

El bosque era tranquilo, aunque Damián notaba cómo su respiración se volvía pesada cada vez que el dolor le punzaba en el pecho.

Encontraron las plantas sin demasiada dificultad. Damián arrancó varias hojas, guardando unas para infusión y otras para hacer crema.

Se giró hacia Lenn.

-Bien, es hora de volver-

Pero se detuvo al escuchar algo entre los arbustos. Un gruñido bajo. Otro detrás. Y otro.

Cuatro lobos hambrientos emergieron, rodeándolos en silencio.

Damián tragó saliva. El miedo lo recorrió de inmediato, frío y paralizante.

-Lenn… -susurró-. Ponte detrás de mí.

El niño obedeció sin entender del todo.

Uno de los lobos avanzó. Sus ojos brillaban con hambre.

Damián retrocedió un paso, sintiendo cómo el corazón le golpeaba en el pecho, demasiado rápido.

Luego vio al lobo tensar el cuerpo. Preparándose para atacar…

Pero no hacia él. Hacia Lenn.

-¡NO! -gritó Damián.

Se lanzó sin pensar, sin fuerza, sin técnica. Solo con instinto.

Golpeó al lobo con el hombro y lo desvió lo suficiente para evitar que alcanzara al niño.

El impacto lo tiró al suelo, raspándose los brazos, pero Lenn seguía vivo.

-¡Escóndete, Lenn! ¡Ahora!

Aterrorizado, el niño corrió detrás de un tronco caído.

Damián se levantó temblando. Otro lobo saltó.

Sacó su cuchillo a tiempo, se defendió, pero los movimientos eran torpes. No tenía entrenamiento real. Solo miedo.

Y el miedo lo hacía reaccionar más rápido de lo normal, aunque no más fuerte.

Uno a uno, logró defenderse. Rasgaduras en los brazos, mordidas en el costado, cortes que ardían como fuego.

Cayó de rodillas jadeando.

Los había vencido. O eso creyó.

Un sonido detrás de él lo hizo girar… demasiado tarde.

Un quinto lobo, oculto en la maleza, saltó directo a su cuello.

Damián solo sintió la presión. Un tirón. Un dolor ahogado.

Y todo se volvió negro.

Abrió los ojos. Pero no respiraba. No sentía su cuerpo. Flotaba.

Miró sus manos. Translúcidas. De un tono verde azulado oscuro.

-¿Qué…? -su voz no sonó en ninguna parte.

Un movimiento más adelante lo hizo reaccionar. El lobo. El quinto. Caminando hacia el escondite de Lenn.

Damián sintió pánico real.

-¡No! ¡No! ¡Lenn! ¡Lenny sal de ahí! ¡Muévete! -gritó.

Pero el niño no podía escucharlo.

Se desesperó. Atacó al aire sin saber qué hacía, moviendo los brazos frenéticamente.

Y entonces…

Una fuerza invisible se proyectó desde sus manos, como una espada que nadie sostenía. Golpeó al lobo, partiéndolo en un solo movimiento.

La criatura cayó muerta.

Se calmó un poco. Pero al bajar su mirada. Damián quedó helado.

Miró al suelo. Su cuerpo. Inmóvil. Sin vida. Con la marca del mordisco en el cuello.

-No… no… -susurró, sintiendo que se quebraba-. Ese… ese soy yo…

Sus ojos se llenaron de terror. Empezó a gritar, a pedir ayuda, a preguntar qué hacer…

Pero la soledad era total. Agonizante.

Entonces una luz roja salió de su cuerpo. Se elevó, girando, hasta tomar forma humana.

Rhazel. También en un estado semi-astral.

-Cálmate -ordenó, con voz firme-. Te estás comportando como un niño perdido.

Damián la miró con rabia y miedo.

-Yo… ¡morí! ¡Rhazel, morí! ¡No puedo volver! ¡No sé qué hacer!

-Y no lo harás mientras sigas gritando -respondió ella, arrodillándose junto a su cuerpo-. Aunque grites todo el día, nadie podrá verte. Ni oírte. Estás muerto. Temporalmente.

Extendió la mano sobre el cuello del cuerpo. Una luz roja cubrió la herida, cerrando solo lo necesario para que no fuera mortal.

-Pensé que esperarias a que yo muriera para asi adueñarte de mi cuerpo-soltó Damián, con la voz quebrada-. Que me dejarías aquí… solo.

Rhazel lo miró con una mezcla de burla y cansancio.

-Si quisiera tu cuerpo, ya lo habría tomado desde el primer día. Pero ¿para qué querría un cuerpo tan débil como el tuyo? No me sería útil.

Se incorporó.

-Ven. Te diré cómo volver. Es simple. Concéntrate… y piensa en respirar otra vez.

Damián obedeció. Sintió un tirón. Un mareo. Luego dolor. Mucho dolor.

Abrió los ojos y tosió sangre. Estaba vivo.

Lenn salió corriendo de su escondite y lo abrazó temblando.

-¡Damián! ¡Pensé que te habían matado! ¡Te vi de reojo luchar!

Damián lo apartó con cuidado.

-Estoy… bien. Solo duele un poco.

El niño no sabía que Damián había muerto.

Al regresar a la aldea, los aldeanos corrieron hacia él al verlo cubierto de heridas. Lenn les contó todo con emoción, sin saber la parte más horrible.

Entre todos lo llevaron a su habitación. Le prepararon la infusión y la crema con las plantas que él había recogida.

Cuando al fin quedó solo, Damián se recostó, sintiendo cómo el dolor de las heridas vivas lo quemaba.

Cerró los ojos. Recordó a Lyra. Recordó la lanza. Recordó su cuerpo muerto en el bosque.

Y el presentimiento volvió. Rhazel no le estaba diciendo algo. Algo importante.

Algo que, tarde o temprano, iba a costarle mucho más que su sangre.

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