—Excelente, Hinata… lo has logrado —dijo Shizuka, su voz llena de asombro y ternura.
Edu soltó una carcajada y levantó el pulgar.
—¡Sabía que lo lograrías antes que nosotros dos, Hina!
Kenji cruzó los brazos, esbozando una sonrisa orgullosa.
—Serás toda una prodigio, hermanita.
Shizuka dio un paso al frente, con la expresión serena pero curiosa.
—Muy bien, Hinata. Cuéntame… ¿qué te reveló tu alma sobre tu Don?
Asentí, aún sintiendo la calidez del poder fluyendo en mi interior.
—Discernimiento —murmuré.
—¿Discernimiento? —repitió Kenji, llevándose una mano al mentón—. No recuerdo haber escuchado algo así antes.
Shizuka también frunció ligeramente el ceño, intrigada.
—Es cierto… no es un Don común. Muy bien, Hinata, veamos de qué clase es y cuál es su naturaleza.
—Sí, maestra —respondí, firme pero con una sonrisa que no podía ocultar.
—Según entiendo… este Don me permite ver el flujo de la energía —expliqué con calma, intentando ordenar la sensación que aún vibraba dentro de mí—. Puedo percibir sus patrones, su comportamiento… y también distinguir entre lo bueno y lo malo.
—¡Vaya! —exclamó Edu con una sonrisa de sorpresa—. Eso suena increíble, Hina.
Asentí con una leve sonrisa.
Shizuka dio un paso adelante, cruzando las manos detrás de la espalda.
—Bueno, Hinata, para manifestar un Don existen dos métodos fundamentales —dijo con tono sereno—: el uso de círculos espirituales… y la conjuración directa.
Me quedé pensativa por un momento, bajando la mirada hacia mis manos.
—Solo sé que es un Don de clase espiritual… pero sobre su naturaleza, no sé nada —respondí, tratando de sonar tranquila.
Sentí un ligero nudo en la garganta. No era del todo una mentira… pero tampoco la verdad.
No podía contarles sobre aquella figura blanca, sobre su voz cálida ni sobre lo que realmente había pasado.
Algo dentro de mí — me decía que debía guardar silencio.
—Entiendo —respondió Shizuka—. Muy bien entonces… vamos a descubrirlo.
Su mirada se suavizó, pero en su voz aún se notaba la emoción de una maestra ante un hallazgo nuevo.
—Extiende tus manos y cierra los ojos.
—Sí, señora —respondí obediente.
Cerré los ojos y extendí mis manos frente a mí.
Sentí el aire rozar mis dedos, cálido y ligero.
—Ahora concéntrate —continuó Shizuka—. Respira… y visualiza tu Don.
Imagina que fluye por tus venas como un río, que asciende hasta tu mente.
Si logras sentirlo, tu espíritu revelará su conjuro natural para manifestarse.
Asentí y respiré profundamente.
Imaginé un río cristalino corriendo dentro de mí, llevando consigo fragmentos de luz.
En ese torrente, un ave blanca batía sus alas y volaba hacia mi corazón, luego ascendía a mi mente, iluminándolo todo con su resplandor.
Entonces, una frase surgió en lo más profundo de mi alma… como si siempre hubiese estado allí, esperándome.
"Don del Discernimiento, atiende mi llamado… y manifiéstate ante el mundo."
Mis ojos se abrieron de golpe.
—Flujo natural.
El viento respondió al instante.
Una corriente invisible recorrió el dojo, levantando las hojas de papel de las mesas y haciendo temblar los marcos de madera.
Partículas de luz comenzaron a danzar en el aire, como polvo iluminado por el sol.
Y entonces lo vi.
Shizuka estaba envuelta en una energía verde, serena y estable, como la savia de un árbol antiguo.
Kenji brillaba con un tono dorado vibrante, enérgico y vivo, como el sol del mediodía.
Miré mis propias manos: una luz azul intensa cubría mi cuerpo, moviéndose como un río que respiraba.
Pero cuando giré hacia Edu… mi corazón se encogió.
No había nada.
Ni una chispa.
Ni un rastro del flujo.
Solo un vacío profundo, una sombra silenciosa donde debería haber vida.
—Muy bien, Hinata —preguntó Kenji con una sonrisa—, ¿qué ves?
Tragué saliva, sin poder apartar la mirada de mi hermano.
—Veo la energía de ustedes… —susurré con voz temblorosa—, pero…
—¿Pero qué? —intervino Shizuka, notando mi expresión.
—Edu… no tiene nada. No veo nada en él.
El silencio cayó de golpe sobre el dojo.
El viento que antes danzaba se detuvo… y la luz comenzó a desvanecerse lentamente.
Shizuka notó mi expresión y, con una sonrisa tranquila, decidió poner fin a la sesión.
—Muy bien, Hinata. Creo que por hoy es suficiente. Has logrado un gran avance… y a partir de mañana, los entrenamientos serán un poco más exigentes.
Asentí, aunque no pude evitar sentir un leve dejo de tristeza. Quería seguir, quería entender más.
Shizuka lo notó de inmediato. Se acercó y, con esa calidez que siempre la caracterizaba, me dio una palmada en el hombro.
—Tranquila, Hinata, no estés triste —dijo con tono divertido—. La próxima vez que te enfrentes a Kenji, será usando tus Dones.
Levanté la mirada, sorprendida.
—¿En serio?
Shizuka sonrió de lado y se inclinó un poco hacia mí, bajando la voz a un susurro cómplice, aunque lo bastante alto como para que Kenji lo oyera.
—Pero no te preocupes… aquí entre nosotras, Kenji es terrible usando su Don.
—¡Oye! —exclamó Kenji, ofendido, mientras Edu estallaba en carcajadas.
No pude evitar reír también.
Las tensiones, las dudas y los miedos se desvanecieron por un instante, reemplazados por el sonido sincero de nuestras risas.
Por un momento… todo volvió a sentirse como antes.
—
Luego del entrenamiento, el aire olía a calma.
El sol se ocultaba tras las montañas, tiñendo el cielo con tonos naranjas y dorados.
Entramos a casa, todavía riendo por la broma de Shizuka a Kenji, cuando la voz alegre de mamá resonó desde el comedor.
—¡Niños! —exclamó con una sonrisa que no recordaba haber visto en días—. Tengo una excelente noticia.
Nos acercamos curiosos.
—Recibí un mensaje de su padre —dijo, sosteniendo un pequeño cristal de comunicación que brillaba tenuemente en su mano—. Dice que ya emprendió su viaje de regreso y que en dos días estará aquí, en casa, con nosotros.
Por un segundo nadie dijo nada.
Fue Kenji quien rompió el silencio, con una sonrisa enorme.
—¿En serio? ¡Por fin! —exclamó levantando los brazos—. Creí que iba a perderse otra cena más.
Edu soltó una leve risa, con ese tono entre alivio y picardía.
—Bueno, esperemos que traiga algo más que historias aburridas sobre ruinas antiguas esta vez.
—Edu —lo reprendió mamá con una ceja alzada, aunque no pudo evitar sonreír—, tu padre arriesga mucho en esas expediciones.
—Lo sé, mamá —respondió él encogiéndose de hombros—, solo… lo extraño, eso es todo.
Azumi, que había permanecido en silencio, cruzó los brazos con una leve sonrisa.
—Entonces será mejor que todos entrenen bien. Si Jared los ve flojos, los pondrá a correr por el bosque desde el amanecer.
—No tan cierto, Azumi —respondió Kenji riendo—. Si algo falta en esta casa, es descanso.
Mamá rio con suavidad y se acercó, colocando una mano en mi cabeza.
—Y tú, Hinata, seguro estarás feliz de volver a ver a tu padre, ¿verdad?
Asentí con una sonrisa cálida.
—Sí… mucho. Siento que ha pasado una eternidad desde la última vez.
—Estoy segura de que te alegrará saber cuánto has avanzado —añadió Shizuka desde el umbral, con una sonrisa de maestra orgullosa—. Incluso yo estoy deseando ver su cara cuando vea lo que pueden hacer ahora.
—No lo dudes —dijo Edu, mirando al horizonte con los brazos cruzados—. Esta vez lo sorprenderemos.
Kenji lo miró y asintió con complicidad.
—Sí, juntos. Como familia.
La risa de mamá llenó la sala.
Por primera vez en mucho tiempo, el peso de las preocupaciones se desvaneció, al menos por un instante.
Y en medio de aquella luz cálida, todos sentimos lo mismo:
una pequeña chispa de esperanza…
como si el regreso de nuestro padre trajera consigo el comienzo de algo nuevo.
Punto de vista de Jared Rhiuus
Llevaba ya demasiado tiempo lejos de casa.
Extrañaba a mi familia… la extrañaba a ella.
Cuando Sara y yo nos casamos y ella quedó embarazada de Edu, decidimos dejar atrás la vida de cazadores.
Habíamos tenido suficiente peligro, demasiadas heridas, demasiadas pérdidas.
Por eso regresamos al Reino de Lhat, una región tranquila, casi olvidada por los conflictos y con muy poca actividad espiritual.
Allí, entre colinas cubiertas de flores y un cielo sereno, construimos nuestro hogar.
Por un tiempo, la paz fue real.
Pero esa calma terminó cuando Edu cumplió cuatro años.
El día en que su Don se manifestó por primera vez… todo cambió.
Aquel accidente marcó el inicio de nuestra búsqueda.
Durante dos años Sara y yo recorrimos templos, bibliotecas antiguas, y consultamos a sabios y exorcistas de todo el continente.
Nadie tenía respuestas.
Algunos decían que su alma había nacido demasiado fuerte para su cuerpo; otros, que su Don no debía existir.
Pero yo me negaba a creer que el destino de mi hijo fuera sufrir por algo que no pidió.
Entonces escuché una leyenda de un viejo compañero de armas:
una historia sobre un artefacto perdido, el Elíxer de la Vida, capaz de restaurar el equilibrio entre el cuerpo y el alma, capaz de sanar incluso a quienes cargaban una maldición interna.
No lo dudé.
Volví a tomar mi espada, y con ella el título de cazador.
Sabía que el camino sería largo y peligroso, pero la idea de salvar a Edu me dio más fuerza que cualquier Don.
Llevaba ya varios días por fuera de casa y, después de tanto, por fin regreso a mi hogar.
No llevo conmigo el objeto legendario por el que partí… pero tampoco vuelvo con las manos vacías.
Traigo esperanza, y un corazón que aún late con el deseo de ver a mi familia sonreír.
Me pregunto cuánto habrán crecido los niños.
¿Habrá descubierto Hinata su Don?
¿Estará Edu mejor?
¿Seguirá Sara esperándome en el mismo lugar donde nos despedimos… con esa sonrisa que era capaz de calmar cualquier tormenta?
Tomé el comunicador espiritual y llamé a mi esposa.
Su voz sonó cálida, como si el tiempo no hubiera pasado.
Le dije que estaba en camino, que en dos días estaría con ellos.
Y aunque no encontré el Elíxer de la Vida, todavía creo que algo o alguien me guiará hacia él.
Porque mientras mi hijo siga luchando, mientras mi esposa siga esperándome,
yo seguiré buscándolo…
hasta que la esperanza deje de ser solo una palabra y se convierta en un milagro.
