Año 111 d.C. — Seis años después
El sonido del carbón crepitando era el único que rompía el silencio.
La lluvia caía en un murmullo constante contra los ventanales altos del salón de estudio, dibujando riachuelos plateados que distorsionaban la luz. El aire olía a pergamino, cera derretida y madera húmeda.
Aerys Targaryen estaba sentado frente al escritorio de roble, la espalda recta, las manos pequeñas apoyadas sobre un tomo de historia antigua de Valyria. La vela frente a él iluminaba su rostro pálido, marcando destellos dorados en sus ojos violetas. Aquellos ojos no eran los de un niño de seis años. Observaban con una calma adulta, con una comprensión demasiado fría, demasiado lúcida.
El Gran Maestre Mellos, con su túnica gris y cadenas relucientes, hablaba con voz grave y cansada desde el otro extremo del salón.
—El Feudo Franco de Valyria… —entonó—. Fundado por cuarenta familias de sangre antigua, quienes dominaron el fuego y la piedra. Fueron los amos de dragones, constructores de maravillas imposibles, hasta que el cataclismo los consumió.
Aerys escuchaba sin parpadear. Cada palabra era un hilo que se entrelazaba con los ecos de otra vida, con un conocimiento que no debía poseer. Las llamas danzaban reflejadas en sus pupilas, y por un instante, el fuego pareció responder a su atención, temblando con un brillo más intenso.
[Concentración mantenida — +1 punto de experiencia]
El sonido metálico resonó solo en su mente.
Mellos no lo oyó. Nadie podía.
El niño parpadeó apenas.
Su respiración se mantuvo serena, pero en su interior algo se agitó.
Desde aquel "despertar" seis años atrás, las voces del sistema lo acompañaban en silencio. No hablaban siempre; solo cuando lo merecía. Como si ese poder invisible midiera cada pensamiento, cada esfuerzo.
—¿Sabes, joven príncipe, qué trajo la ruina de Valyria? —preguntó Mellos, alzando una ceja.
—El orgullo —respondió Aerys sin dudar.
—El orgullo… —repitió el maestre, sorprendido por la rapidez—. Sí, el orgullo y la codicia. La sangre del dragón les dio poder, pero también los condenó. Creyeron que nada podía destruirlos. Hasta que el fuego se volvió contra ellos.
Aerys bajó la mirada.
El fuego se volvió contra ellos…
Las palabras quedaron flotando en su mente como un presagio.
[Análisis de concepto: "Decadencia de Valyria" — +5 puntos de experiencia]
El sistema marcó su recompensa con precisión invisible.
Aerys sintió un pequeño escalofrío recorrerle los brazos. No era miedo. Era… la certeza de que estaba creciendo, de que algo dentro de él se fortalecía.
Mellos siguió hablando, sin notar el cambio en el aire.
—Los Targaryen fueron los únicos que huyeron antes del Cataclismo. Algunos dicen que fue por sueños proféticos, otros… —bajó la voz— …por miedo.
—No fue miedo —interrumpió Aerys suavemente.
El anciano lo miró, intrigado.
—¿Ah, no?
Aerys levantó la vista, y su mirada, por un instante, pareció arder.
—Fue el destino —dijo en voz baja, con la serenidad de quien recuerda, no de quien teoriza—. Valyria no cayó por azar. Nada tan grande muere sin que el mundo lo permita. El fuego no los destruyó… solo los reclamó.
El Gran Maestre Mellos lo observó, perplejo.
La vela titiló entre ambos, como si el aire mismo dudara.
El tono del niño era tan seguro, tan adulto, que por un segundo Mellos olvidó ante quién estaba.
—El fuego los reclamó… —repitió en un murmullo—. Qué forma tan… poética de verlo.
Aerys no respondió. Sus dedos delgados pasaron las páginas del libro hasta detenerse en una ilustración: la antigua Valyria, con sus torres retorcidas y sus cielos ardiendo. Los dragones volaban sobre la ciudad como sombras de fuego.
El niño los observó con una extraña familiaridad, como si los recordara.
—Decidme, joven príncipe —dijo el maestre con voz medida—, ¿os fascina tanto el pasado de los dragones?
—No —contestó Aerys, apartando la mirada—. Me fascina su destino.
Mellos frunció el ceño.
—¿Su destino?
Aerys levantó lentamente la vista.
Sus ojos violetas parecían contener el resplandor mismo del fuego.
—Los dragones no eligen su fin, Maestre. El mundo decide cuándo temerlos… y cuándo adorarlos otra vez.
El silencio volvió a apoderarse del salón.
Afuera, la tormenta rugía sobre los techos de la Fortaleza Roja.
El fuego de las antorchas danzaba como si algo invisible respirara dentro de ellas.
—Bueno —dijo el Gran Maestre Mellos, rompiendo al fin la tensión—, parece que la clase de historia ya terminó. Nos veremos otro día, mi príncipe. Ya es hora de que vayáis a comer.
Su voz tembló apenas al pronunciar la última frase, aunque intentó cubrirlo con una sonrisa cortés.
Aerys cerró el libro frente a él con un sonido seco, preciso. La cubierta de cuero grabado reflejó un destello de la llama, como si el fuego reconociera algo en el niño.
—Sí, Maestre Mellos —respondió Aerys con una calma desconcertante para un niño de seis años—. He aprendido mucho hoy.
Al decirlo, su mirada se perdió en el fuego del brasero. Las llamas se reflejaron en sus ojos violetas, y por un instante, Mellos creyó ver un resplandor carmesí arder en sus pupilas, tan breve como una exhalación… pero lo bastante intenso para helarle la sangre.
[Experiencia obtenida: +5 puntos de experiencia general]
[Progreso actual — Historia: 7/1000 | Nivel Competente]
El sonido metálico resonó dentro de su mente, claro y distante, como un eco que solo él podía oír. Aerys no se sobresaltó. Ya lo había escuchado antes.
Sintió ese pequeño pulso en su pecho —casi un latido ajeno—, una vibración que le recordaba que el sistema lo observaba… y lo medía.
El Gran Maestre Mellos, ajeno a ese detalle, se inclinó para recoger unos pergaminos y acomodarlos sobre el escritorio. El anciano movía las manos con lentitud, el sonido del trueno retumbando más allá de las ventanas.
—Decidme, Alteza —dijo tras unos segundos, sin levantar la vista—, ¿os agradan las lecciones? Sois más aplicado que la mayoría de los príncipes de vuestra edad.
Aerys ladeó la cabeza, observándolo. Su voz salió serena, pero había en ella una cadencia que no correspondía a un niño.
—Aprender es recordar lo que ya se sabe —respondió sin pensar—. Lo demás… solo son recuerdos que esperan ser despertados.
El Maestre se detuvo.
Sus dedos, arrugados y manchados de tinta, quedaron inmóviles sobre el pergamino.
El trueno rugió afuera, haciendo vibrar los candelabros.
Por un momento, Mellos sintió el aire más denso, como si las palabras del niño hubiesen atraído algo invisible, una atención que no pertenecía ni a este tiempo ni a este lugar.
—Qué… pensamiento tan curioso, mi príncipe —balbuceó al fin, forzando una sonrisa—. Muy… profundo para vuestra edad.
Aerys apartó la mirada del fuego. Su voz se volvió más baja, casi un susurro.
—Aparte de leer libros y tocar música, no tengo mucho más que hacer, Maestre. Mi cuerpo es… frágil para el entrenamiento físico.
Tosió dos veces, el sonido seco, doloroso.
Mellos se acercó con apuro, palpando sus bolsillos en busca de un frasco.
—Deberíais cuidaros, mi príncipe. Vuestra salud sigue siendo débil. Las fiebres del invierno pasado dejaron marcas.
—Lo sé —murmuró Aerys, limpiándose con la manga el pequeño hilo de sangre que manchaba su labio.
El Maestre lo miró, desconcertado.
Afuera, el viento azotó las ventanas y una ráfaga de lluvia golpeó los cristales, como si el cielo quisiera apagar las llamas del brasero.
Mellos intentó ocultar su inquietud tras una sonrisa vacilante.
—Vuestro padre estaría complacido con vuestro progreso, mi príncipe. Pero os aconsejo descanso. El conocimiento es valioso, sí… pero también lo es la vida.
Aerys lo miró con esa expresión suya —tranquila, insondable, como un espejo que no devolvía reflejo alguno—.
—El conocimiento es vida, Maestre —susurró—. Solo los ignorantes creen que mueren cuando dejan de respirar.
El anciano tragó saliva. El niño se levantó despacio, cerró el pesado tomo de historia frente a él y lo empujó hacia el borde de la mesa. El golpe del cuero contra la madera sonó casi ritual.
—Bueno, me despido —dijo Aerys finalmente, inclinando apenas la cabeza.
Se giró hacia la puerta. Las sombras del fuego danzaron sobre su figura menuda mientras caminaba, y por un instante, el aire del salón se volvió más cálido, sofocante, como si el fuego lo siguiera.
[Nueva notificación: Tarea completada — "Lección de Historia Valyria"]
[Recompensa: +10 Experiencia general | +0.5 de Salud]
Cuando la puerta se cerró tras él, el silencio cayó de golpe.
Mellos permaneció inmóvil, con el pergamino aún en las manos, la vista perdida en las brasas del brasero.
Las llamas, que antes eran doradas, ahora brillaban con un matiz rojizo oscuro.
Casi… dracónico.
El viejo Maestre alzó la vista hacia la puerta cerrada.
Una sola frase cruzó su mente, y le dejó un sabor metálico en la lengua.
"Ese niño no pertenece del todo a este mundo."
