Cherreads

Chapter 4 - Capítulo 4 — Vocera

País: España

Ubicación: Costa Mediterránea

Hora desconocida

Su nombre era Irene Salvatierra.

Hasta hacía unas semanas, había sido nadie.

Ingeniera de telecomunicaciones, veintiocho años —aunque siempre aparentó menos—, vida ordenada, silenciosa.

Una existencia sin sobresaltos, sin grandeza, sin tragedias visibles.

No creía en héroes.

Mucho menos en destinos.

Por eso la ironía no se le escapaba: de todas las personas en España, ella fue una de las veintiocho que despertaron con habilidades imposibles.

Sentada en la azotea del edificio abandonado, con el mar golpeando suavemente la costa, recordó su despertar.

No hubo explosiones.

No hubo cámaras virales.

Solo una noche diferente, demasiado silenciosa… y una mente que no se apagó.

Los pensamientos habían fluido sin detenerse, como un río imposible de contener. No eran caóticos; al contrario: eran tan precisos, tan lógicos, tan ordenados, que le parecieron ajenos.

Por la mañana, intentó recuperar la normalidad. Tomó las llaves del coche. Miró la puerta del garaje. Y, sin saber por qué, extendió la mano.

El coche se levantó del suelo como si fuera de cartón.

Y no cayó hasta que ella lo decidió.

No estaba delirando.

Lo sabía.

Las autoridades llegaron tres días después.

No traían armas.

Traían contratos.

—Podemos protegerte —le dijeron.

—O… mantenerte al margen del caos.

Irene había vivido suficiente para reconocer una trampa disfrazada de ayuda.

No quieren protegerme.

Quieren poseerme.

Ese pensamiento le provocó un escalofrío.

Pequeño, pero familiar.

Le recordó algo que había pasado años atrás, algo que nunca contó, algo que la enseñó a desconfiar de la gente con poder.

No iba a repetir la historia.

No esta vez.

Decisión inevitable

Mientras el mar rugía abajo, Irene dejó que los pensamientos fluyeran.

No somos dioses.

Pero tampoco somos ciudadanos normales.

Si espero, decidirán por mí.

Si hablo, me convertiré en un objetivo. Cerró los ojos.

Pero si nadie habla… el mundo se romperá igual.

Abrió los ojos y caminó hasta el borde de la azotea. Desde allí veía la ciudad como un mapa incompleto.

Sabía —lo sentía— que había otros como ella.

No por noticias.

No por lógica.

Sino por algo nuevo en su mente, como si hubiese adquirido un instinto que conectaba patrones invisibles.

Presencias lejanas.

Vacíos que solo alguien como ella podía notar.

Si yo existo… ellos también.

Pensó en los 29 gobiernos.

En sus agendas.

En sus versiones de la palabra "seguridad".

En lo que harían si nadie tomaba la iniciativa.

Ellos hablarán por nosotros… si nadie lo hace primero.

—No —susurró—. Eso no va a pasar.

Acceder a las redes globales no fue difícil.

Su mente absorbía conceptos informáticos diez veces más rápido que antes.

Entendía protocolos como si los hubiera estudiado durante años.

Veía vulnerabilidades como si estuvieran marcadas con tinta roja.

No dejó rastro. No colocó banderas no dio su apellido. Solo su voz.

Grabó un mensaje breve. Directo. Inevitable.

—Si estás viendo esto, eres como yo.

Mientras hablaba, sentía el peso de cada frase. la responsabilidad no le gustaba.

Pero el silencio le parecía peor.

No prometas.

No amenaces.

No órdenes.

Sé humana.

—No soy una amenaza —continuó—.

—Y no quiero ser un arma.

Pero entonces dudó.

Soy honesta… ¿o solo estoy mintiendo mejor que los gobiernos?

¿Puede alguien con mi poder realmente prometer ser inofensivo?

Decidió que las dudas no debían aparecer en la grabación.

Colocó las coordenadas en pantalla.

Un punto neutral.

Un espacio vacío sin dueño real.

—Debemos hablar. Entre nosotros. Antes de que otros hablen por nosotros.

Su voz quedó flotando en el aire unos segundos más.

Y después cortó la transmisión. Después del envío

no sintió alivio, no sintió miedo. Sintió…

inevitabilidad.

Se sentó de nuevo en el borde del edificio, con las piernas colgando sobre el vacío, y dejó que el viento del mar la envolviera.

Ya no hay vuelta atrás, pensó.

Ojalá los otros no sean peores que los gobiernos.

Ojalá alguno entienda por qué hice esto.

Ojalá esté equivocada con lo que presiento…

Levantó la vista al cielo.

Por primera vez desde su despertar, no se sintió completamente sola.

Pero tampoco segura.

Aviso importante Esta obra es una creación de ficción. Los personajes, sucesos y diálogos aquí descritos son producto de la imaginación del autor. Cualquier semejanza con personas reales, incluidas figuras públicas como presidentes, líderes políticos o instituciones, es utilizada únicamente con fines narrativos y no pretende reflejar hechos reales ni opiniones sobre dichas personas o entidades. No debe interpretarse como una representación fiel de la realidad, sino como parte de un universo ficticio.

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