Colombia, 3:40 p. m.
Juan Camilo estaba en el patio trasero de su casa, mirando el cielo.
Había volado alto.
Demasiado alto.
Desde arriba, el mundo parecía frágil.
Las carreteras eran simples líneas.
Los pueblos, manchas irregulares.
Las personas… casi inexistentes.
Descendió lentamente, concentrándose en no causar daños. Aun así, el suelo se hundió levemente bajo sus pies al aterrizar.
No se estaba ocultando.
Para él no tenía sentido. Tarde o temprano lo descubrirían. Y con la fuerza que ahora tenía, el verdadero peligro no venía de los humanos normales, sino de los otros como él.
Entonces lo sintió.
Un sonido distinto.
Un zumbido lejano. Rítmico. Artificial.
Giró la cabeza.
Muy arriba, casi invisible entre las nubes, había algo que no estaba allí antes.
Un dron militar.
Se elevó de inmediato, pero no lo suficiente. El aparato ya había cambiado de rumbo.
Lo estaban rastreando.
—Parece que tenía razón… —murmuró.
Podría destruirlo. Con facilidad.
Pero hacerlo no tenía sentido.
Después de horas recorriendo su país desde el aire, decidió regresar a casa.
Encendió la televisión. Todos los canales hablaban de lo mismo.
En Brasil, un hombre había detenido un tren con las manos.
En India, una mujer sobrevivió al impacto directo de un misil experimental.
En Estados Unidos, el ejército había evacuado una ciudad entera.
Y entonces apareció la noticia que confirmó por completo su pensamiento:
—Fuentes oficiales confirman que los estos gobiernos han identificado a un solo superhumano por país, todos manifestándose simultáneamente desde inicios de año.
Uno por país.
Juan Camilo exhaló lentamente.
Eso significaba que él no era solo un fenómeno.
Era una pieza.
Una variable nueva en un mundo ya inestable.
Y el pensamiento final fue el más inquietante de todos:
En un mundo moralmente impredecible como el suyo…
que veintiocho personas tuvieran tanto poder
podía destruirlo todo o mejorarlo.
Aviso importante Esta obra es una creación de ficción. Los personajes, sucesos y diálogos aquí descritos son producto de la imaginación del autor. Cualquier semejanza con personas reales, incluidas figuras públicas como presidentes, líderes políticos o instituciones, es utilizada únicamente con fines narrativos y no pretende reflejar hechos reales ni opiniones sobre dichas personas o entidades. No debe interpretarse como una representación fiel de la realidad, sino como parte de un universo ficticio.
