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Chapter 5 - "EL CAOS VS LA FLOR DE NIEVE"

Después de mi batalla contra Kenji, el aire cambió.

La atmósfera del patio se volvió extrañamente pesada… inquietante, pero serena al mismo tiempo.

Azumi y mi hermano mayor, Edu, estaban frente a frente.

Sus miradas se cruzaban con una intensidad que helaba la sangre.

Azumi, con sus ojos carmesí y su cabello blanco ondeando con el viento, emanaba una calma peligrosa, un aura tan fría que el aire a su alrededor parecía cristalizar.

Edu, en cambio, sostenía su espada con una sonrisa confiada, sus ojos grises brillando con una determinación que contrastaba con la serenidad de su oponente.

Era como ver el fuego enfrentando al hielo.

—¿Estás listo, prodigio de la espada? —preguntó Azumi con su voz gélida, tomando posición con ambas espadas de madera.

—Más que listo —respondió Edu, bajando su centro de gravedad, su mirada fija en ella—. No pienso contenerme esta vez, flor de nieve.

Kenji alzó la mano, observando a ambos con una sonrisa expectante.

—Tres… dos… uno… ¡Empiecen!

El silencio se quebró.

Ni siquiera pude pestañear.

La figura de Azumi desapareció.

Un golpe de viento me azotó el rostro, y de pronto la vi… detrás de Edu.

—¡Qué rápida! —exclamé, con los ojos muy abiertos.

Edu giró justo a tiempo, sus espadas de madera chocaron con fuerza.

¡CLACK!

El sonido reverberó por todo el patio.

—¡Oye, eso fue trampa! —refunfuñó entre jadeos, retrocediendo.

Azumi sonrió apenas, su voz cortante como el filo de una espada.

—Cuando te enfrentes a un espíritu maldito, no tendrás tiempo de estar listo.

Y volvió a atacar.

Sus movimientos eran imposibles de seguir.

Las estocadas eran tan rápidas que solo podía distinguir destellos en el aire, una secuencia de golpes que sonaban como el rugido de una tormenta.

¡Clac! ¡Clac! ¡Clac!

El eco de los impactos resonaba como un tambor de guerra.

Edu retrocedía, bloqueando cada golpe con precisión milimétrica, pero sus brazos comenzaban a temblar por la fuerza de cada impacto.

Podía ver su respiración agitarse, el sudor recorrer su frente.

Aun así, no cedía.

Azumi giró sobre un pie, impulsándose con un salto bajo, apuntando a su costado.

Edu cruzó ambas espadas y bloqueó, pero el impacto lo empujó varios pasos atrás, dejando marcas en la tierra.

—Tienes reflejos… pero tus movimientos siguen siendo humanos —murmuró Azumi, con una frialdad que helaba el alma.

Edu sonrió, limpiándose el sudor con el dorso de la mano.

—Y tú sigues siendo demasiado perfecta… eso es aburrido.

Sus ojos brillaron, y por un instante su aura cambió.

Ya no era el joven bromista de todas las mañanas.

Era el guerrero que había nacido del dolor, el que entrenaba en la oscuridad cuando todos dormíamos.

Recordé esas noches.

Tenía apenas seis años cuando lo veía a través de la ventana, blandiendo su espada una y otra vez bajo la lluvia.

Las gotas mezclándose con la sangre de sus manos.

A veces caía al suelo exhausto, pero se levantaba una y otra vez.

Lo escuchaba murmurar entre jadeos:

"Si no puedo defender su sonrisa con mis Dones… lo haré con mis manos y mi espada."

Sus palabras me perseguían incluso ahora.

Sabía lo que lo motivaba.

Sabía el peso que cargaba.

La maldición en su cuerpo se activaba cada vez que intentaba usar su Don.

Había visto cómo el dolor lo consumía, cómo las descargas lo paralizaban, cómo gritaba tratando de contener la energía que amenazaba con destruirlo desde dentro.

Y aun así, ahí estaba… enfrentando a una cazadora de clase A.

Sin miedo.

El aire volvió a cambiar.

Azumi bajó su centro y atacó con velocidad sobrehumana.

Edu, con un grito, giró la espada en un arco perfecto, bloqueando con un destello.

El sonido fue ensordecedor.

¡CRACK!

Una de las espadas de práctica se partió por la mitad.

El impacto levantó una ráfaga de polvo y hojas.

Ambos se quedaron quietos, respirando con fuerza.

El viento soplaba entre ellos, cargado de tensión.

Azumi lo observó con una mezcla de respeto y desafío.

—Finalmente vas a tomar este encuentro como algo serio dijo ella dando un salto atrás.

Edu bajó la espada, sonriendo.

—Y tú sigues siendo igual de hermosa cuando estás enojada.

Azumi enrojeció apenas, lo suficiente para que Shizuka —que observaba desde la terraza con mamá— soltara una carcajada sonora.

—Ese chico nunca aprende —dijo Shizuka riendo—. Va a morir por coquetear en medio del combate.

Sara sonrió con ternura, aunque en sus ojos había algo más… una sombra de preocupación.

—Edu pelea con el alma. Pero cada vez que lo hace, siento miedo. Es como si su cuerpo peleara contra sí mismo.

Shizuka bajó la mirada, su voz apenas un susurro.

—Lo sé… Esa energía que emana no es normal. Es como si su Don intentara liberarse, aunque esté sellado.

Sara cruzó los brazos, con el ceño fruncido.

—Y aun así, seguimos sin entender por qué sucede —dijo, con una nota de preocupación que quebró su voz.

—¿Crees que Jared encuentre algo en su expedición? —preguntó Shizuka, esperanzada.

Sara suspiró, mirando el horizonte.

—No lo sé… Pero debo admitir que una parte de mí teme que lo haga. Algo me dice que sería peligroso si Edu pudiera desatar sus Dones por completo.

Shizuka asintió lentamente.

—Tienes razón. Aun siendo solo un chico de quince años, posee la fuerza y la mente táctica de alguien con décadas de experiencia en batalla.

Ambas quedaron en silencio, observando el campo de entrenamiento. El viento arrastraba hojas secas entre sus pies, mientras sus miradas se perdían en el mismo punto.

Sara sonrió con cierta melancolía.

—Aunque… no puedo negar que también me gustaría ver de lo que sería capaz mi hijo si peleara sin limitaciones.

Shizuka la miró, y una pequeña sonrisa cruzó su rostro.

—Estaría en el lugar de su padre, sin duda alguna.

Un golpe seco interrumpió el momento.

De vuelta en el campo, el aire se tensó de nuevo. La batalla había comenzado.

Edu y Azumi desaparecieron de mi vista; solo el sonido del impacto de la madera y las ráfagas de viento revelaban sus movimientos. Cada choque era más rápido, más feroz.

Kenji se acercó a mí, con la mirada fija en el combate.

—No puedes verlos, ¿verdad?

Negué con la cabeza, incapaz de apartar mis ojos del campo.

—Recuerdas nuestro encuentro… ¿qué sentiste cuando viste mis defensas y mis ataques? —me preguntó Kenji con voz calmada, sin apartar la vista del combate que se desarrollaba frente a nosotros.

Lo pensé por un segundo.

El eco del choque entre Azumi y mi hermano resonaba por todo el patio, pero mi mente regresó a ese instante entre Kenji y yo.

—Sentí… —murmuré— que todo se movía más despacio. Como si el mundo entero se detuviera y solo existiera el espacio entre tú y yo. Pude ver cada movimiento, cada respiración… incluso el momento exacto en que ibas a atacar.

Kenji asintió despacio, con una media sonrisa que no lograba ocultar el brillo de interés en sus ojos.

—Eso, Hinata… eso se llama percepción espiritual.

—¿Percepción… espiritual? —repetí, sin comprender del todo.

—Sí. —Kenji cruzó los brazos, observando cómo el aire vibraba entre los golpes de Azumi y Edu—. Es algo que no se enseña. Nace del alma, cuando tu espíritu comienza a resonar con el de los demás. Lo que sentiste fue el flujo de energía… la esencia de quien tenías delante.

Mis ojos se abrieron con sorpresa.

—Entonces… ¿pude sentir tu espíritu?

Él sonrió apenas.

—Exactamente. Pero ten cuidado… ver demasiado puede ser peligroso. A veces lo que uno percibe no siempre es humano.

Antes de que pudiera responder, una ráfaga de viento nos golpeó el rostro.

El suelo tembló bajo nuestros pies.

¡CLACK! ¡CRACK!

Las espadas de Azumi y Edu se cruzaban tan rápido que el aire silbaba.

Cada impacto resonaba como un trueno contenido.

—Son tan rápidos… —susurré, incapaz de seguir sus movimientos.

Kenji se inclinó un poco hacia mí.

—No los mires con los ojos, Hinata. Siente su energía… como hiciste conmigo.

Cerré los ojos.

Y, por un momento, el ruido desapareció.

El aire se volvió pesado, denso.

Pude sentir el calor del espíritu de mi hermano, fuerte pero agitado, y el frío cortante de Azumi, como una tormenta de nieve lista para arrasar con todo.

Ambos chocaban, no solo con espadas, sino con voluntades.

El corazón me dio un vuelco.

Abrí los ojos justo a tiempo para verlo.

Mi hermano Edu… su forma de pelear era un caos absoluto.

Y no me refiero a que lo hiciera mal; no, su caos tenía sentido. Era un tipo de desorden que solo él podía dominar, una danza sin patrón aparente pero cargada de propósito.

Cada vez que su espada cortaba el aire, parecía hacerlo sin un rumbo definido, y sin embargo, cada movimiento encontraba su destino exacto. Era como si su cuerpo se negara a seguir las reglas del combate, pero su instinto —ese fuego salvaje que lo movía— guiara cada golpe con una precisión sobrenatural.

El choque de las espadas resonaba por todo el patio, un compás de golpes desiguales, impredecibles, imposibles de anticipar.

Y, aun así, dentro de ese torbellino, había armonía.

Su estilo era… hermoso.

Un caos hermoso.

Los pasos de Edu no seguían una técnica reconocible: un giro repentino, una estocada lateral, una finta tan absurda que obligaba a Azumi a retroceder, incluso a ella, que rara vez era tomada por sorpresa.

Cada movimiento era una contradicción: rápido pero calculado, agresivo pero elegante, brutal pero fluido.

Sentí un escalofrío recorrerme.

Por primera vez entendí lo que Kenji solía decir: "No hay nada más aterrador que alguien que no teme a su propio caos."

Kenji, de pie a mi lado, observaba con una mezcla de asombro y respeto.

—Hinata —dijo con tono grave—, recuerda esto. Aunque Azumi sea una cazadora rango A, Edu… pese a seguir siendo un aprendiz, ya pelea al nivel de un sabio.

—¿Un sabio? —repetí en un susurro.

Kenji asintió, sin apartar la vista del campo.

—Sí. Los sabios de la espada son aquellos que trascienden la técnica. No imitan, no copian. Crean. Su forma de luchar nace de su espíritu, de lo que son por dentro. Edu pelea así. Su estilo no es pulcro ni ordenado, pero cada golpe suyo tiene alma.

El sonido de las espadas volvió a resonar: ¡CLACK! ¡CLACK! ¡SHHH!

El polvo se alzó, el aire tembló.

Kenji continuó, su voz firme pero cargada de orgullo.

—La única razón por la que Edu no ha superado el nivel de Maestro es por su restricción. Pero créeme, Hinata… si no tuviera ese sello, si pudiera liberar todo lo que lleva dentro… —hizo una pausa, sonriendo con melancolía— hoy mismo sería más fuerte que papá.

Me quedé inmóvil.

Las palabras de Kenji se clavaron en mí como una espada invisible.

Volví la vista hacia el campo.

Edu avanzaba entre las ráfagas de viento que él mismo generaba.

Su silueta se movía como una sombra envuelta en luz.

Azumi, con toda su precisión y temple, apenas lograba seguirle el ritmo.

Sus espadas se cruzaban tan rápido que el sonido dejaba un eco metálico en el aire.

Cada vez que Edu giraba, la brisa cambiaba de dirección.

Cada vez que atacaba, el suelo bajo sus pies crujía.

Era como si la naturaleza misma respondiera a su energía.

Me llevé una mano al pecho.

—Así que… —susurré— esta es la forma de combate de aquellos que están a punto de convertirse en santos de la espada.

Un estremecimiento me recorrió los brazos.

Era imposible apartar la mirada.

Su caos… su furia contenida… todo en él era grandioso y trágico a la vez.

—Es increíble… —murmuré, casi sin aliento—. Hermano… ¿hasta dónde puedes llegar si algún día rompes tus cadenas?

La batalla se extendió hasta la puesta del sol.

El sonido de las espadas de madera resonaba sin descanso, rebotando contra las paredes de la casa como un eco de furia y voluntad.

El aire estaba impregnado del olor a tierra levantada y sudor.

Cada golpe, cada paso, levantaba un torbellino de polvo dorado bajo los últimos rayos del crepúsculo.

Azumi, de pie frente a mi hermano, respiraba con dificultad. El sudor resbalaba por su cuello, empapando el borde de su camisa.

Aun así, su mirada no titubeaba.

Sabía que el encuentro era difícil, incluso para ella.

Edu, en cambio, parecía moverse como un vendaval. Sus golpes eran tan veloces que el ojo apenas podía seguirlos.

Cada movimiento suyo dejaba tras de sí una estela de viento que hacía vibrar las hojas de los cerezos del jardín.

Lo veía acercarse, retroceder, girar, atacando desde ángulos imposibles.

Era puro instinto, pura furia contenida en forma humana.

Y entonces… justo cuando Edu se preparaba para el golpe final, algo cambió.

Una corriente eléctrica leve recorrió el aire, un zumbido casi imperceptible que me erizó la piel.

Un destello rojo con negro cruzó el campo, iluminando por un instante los rostros de todos los presentes.

El aire se volvió pesado, vibrante, como si el mismísimo cielo contuviera la respiración.

—¿Qué fue eso? —pregunté, retrocediendo un paso, el corazón golpeándome el pecho.

Kenji apretó los dientes, su expresión se endureció.

—Su Don… está intentando salir otra vez.

Miré a Edu.

Su cuerpo tembló apenas un segundo, los músculos tensándose como cuerdas a punto de romperse.

Sus dedos se crisparon alrededor del mango de la espada; el arma casi se le escapa.

Pero no cedió.

Clavó los pies en el suelo, apretó la mandíbula y, con voz apenas audible, murmuró:

—No… esta vez no.

Y se lanzó hacia adelante.

La energía que lo envolvía hacía vibrar el aire a su alrededor. El suelo se agrietó levemente bajo sus pasos.

Azumi apenas tuvo tiempo de reaccionar.

Giró sobre sí misma, cruzando las espadas justo a tiempo para detener el golpe.

El impacto fue brutal.

¡CRASH!

Una onda de energía se expandió en todas direcciones.

El polvo se levantó en una nube espesa, las hojas de los árboles se dispersaron como si una tormenta las hubiera arrancado.

Tuve que cubrirme el rostro con el antebrazo; el viento me azotó con fuerza.

Sentí la presión en los oídos, un zumbido agudo que tardó en disiparse.

Cuando el aire por fin se calmó, los vi.

Edu y Azumi seguían de pie, frente a frente.

Ambos jadeaban.

Las puntas de sus espadas estaban a apenas unos centímetros, cruzadas, temblando aún por el impacto.

Azumi sonrió con el labio herido, su respiración entrecortada.

—Tienes un espíritu indomable… no esperaba menos de ti —dijo, con voz ronca pero firme.

Edu levantó la vista, el cabello pegado al rostro por el sudor.

Una chispa de brillo aún parpadeaba en su mirada.

—Y tú… —respondió con una sonrisa cansada— sigues siendo una pesadilla vestida de seda.

Azumi soltó una leve risa. Era casi un suspiro, un sonido raro en ella.

Luego bajó su espada y dio un paso atrás.

—Eso será todo por hoy. Si sigues forzando tu cuerpo… no habrá victoria que te salve.

Edu mantuvo la guardia unos segundos más, como si no confiara ni siquiera en sí mismo.

Luego exhaló despacio, bajando el arma.

Pude ver cómo la electricidad azulada se desvanecía lentamente de su piel, disipándose como humo en el aire.

Kenji cruzó los brazos, observándolo en silencio.

—Lo controló… por poco —murmuró.

Yo asentí, con el pecho apretado.

No podía apartar la vista de mi hermano.

Esa batalla… no había sido contra Azumi.

Había sido contra sí mismo.

Contra el poder que lo devoraba desde adentro.

Y había ganado… esta vez.

El silencio fue roto por una voz familiar que resonó desde el porche.

—¡Muy bien, chicos!—gritó Shizuka, agitando una mano en el aire con una sonrisa cálida—. ¡La cena está lista! ¡Y más les vale venir antes de que se enfríe!

El ambiente cambió por completo.

La tensión se disipó como una bruma que el viento se llevaba.

Azumi inclinó la cabeza, aún con una media sonrisa.

—Nada mal, Edu. A pesar de tus limitaciones.

Edu rió, una risa ronca, cansada, pero sincera.

Se llevó una mano al pecho, respirando hondo.

—Gracias, Azumi… por no contenerte.

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