Después del caótico y divertido desayuno, nos dirigimos al patio de la casa para la sesión de esgrima con Azumi.
El aire era fresco y el sol apenas comenzaba a asomarse sobre los muros del jardín.
Azumi se colocó en el centro del terreno de entrenamiento, elegante como siempre, con su cabello blanco atado y su expresión tan serena como el hielo.
—Bien, niños —dijo con voz firme—. Es importante recordar los principios para el uso de las armas.
Hinata, veamos qué has aprendido.
Responde, ¿cuáles son los principios?
—Sí, señora —respondí, enderezando la postura mientras sujetaba la espada con ambas manos—.
El principio de las armas: es la forma en que se usa, se entiende, se blande o sea maneja una.
Estos principios son los pilares fundamentales que nos permiten pasar de aprendices a verdaderos maestros.
Y se dividen en dos partes.
—Sigue —dijo Azumi, asintiendo.
—El principio de la teoría nos habla sobre lo que es un arma, ya sea espada, cuchillo o katana.
Este principio nos enseña que no podemos blandir un arma sin conocer su historia o su propósito.
O como dice Edu… —miré a mi hermano, que ya sonreía—
"No puedes invitar a una chica a bailar sin primero hablarle e interactuar con ella."
—¡Exactamente! —respondió Edu con un aire de orgullo, cruzándose de brazos—.
La espada es como una dama: si no la comprendes, te rechaza.
Azumi soltó un suspiro paciente, pero no pudo ocultar una leve sonrisa.
—Y el segundo —continué— es el principio de la práctica, donde empezamos a blandir el arma una vez que la conocemos, dando nuestros primeros pasos.
—Como si de una coreografía se tratara —interrumpió Edu, fingiendo elegancia con un giro de muñeca.
—La práctica hace al maestro —seguí, conteniendo la risa—, y con dedicación, el espadachín y su espada se convierten en uno.
Azumi asintió, bajando su espada con suavidad.
—Muy bien, Hinata. Has aprendido bastante.
—Gracias, maestra —respondí, sonriendo.
Azumi dio un paso atrás, evaluando la postura de Kenji.
Su mirada, fría pero paciente, se centró en él.
—Ahora tú, Kenji —ordenó con serenidad—.
Respóndeme, ¿cuáles son los niveles de la espada?
—Sí, señora —respondió él con su tono firme y analítico, dando un leve asentimiento.
—Los niveles de la espada son los que definen el rango o la capacidad que tiene un individuo al momento de blandir o manejar un arma.
Kenji levantó su espada, mirándola con respeto antes de continuar:
—Estos niveles son cuatro:
Aprendiz:
Como su nombre lo indica, es aquel que apenas comienza a comprender cómo manejar un arma.
Conoce su estructura y su peso, pero aún le resulta difícil aplicar lo aprendido en combate real.
Las personas en este nivel suelen ser de rango F y E.
Samurái:
En este nivel, el espadachín ya domina los fundamentos.
Comprende la importancia de cada movimiento, cada estocada y cada principio.
Empieza a moldear su propio estilo y a fluir con el arma.
Generalmente, los espadachines en este nivel se encuentran entre los rangos D y C.
Maestro:
Los maestros son combatientes experimentados, con movimientos pulidos y una trayectoria impecable.
Pueden blandir más de una espada a la vez, y enseñar a otros el verdadero arte del filo.
Su rango va desde B hasta A.
Santo:
Este nivel se considera una leyenda… uno entre un millón lo alcanza.
El Santo comprende la espada en su totalidad, moviéndose como si fuera uno solo con ella.
Son capaces de crear nuevas técnicas, y hasta de exorcizar demonios, combinando sus Dones con el filo de su arma.
Sus rangos van desde AA hasta S.
Kenji bajó la espada lentamente y finalizó con solemnidad:
—Y esos son los cuatro niveles que un guerrero debe recorrer… para convertirse en el mejor espadachín del mundo.
Azumi lo observó en silencio por un instante. Luego asintió con una leve sonrisa que apenas suavizó su rostro serio.
—Excelente, Kenji. Has estudiado bien —dijo finalmente.
—Gracias, maestra —respondió él, inclinando la cabeza con respeto.
—Muy bien —dijo Azumi, paseando la mirada por nosotros—.
Ya entienden y comprenden el primer principio para el uso de las armas…
pero ahora veremos qué tal les va en la práctica.
—¡Sí, maestra! —respondimos todos al unísono.
—Kenji —continuó ella con voz firme—, tú irás contra Hinata.
—Entendido —respondió mi hermano, acomodándose la empuñadura con calma.
Yo tragué saliva.
Apenas era una aprendiz, mientras que Kenji ya estaba a punto de pasar al segundo nivel.
Aun así, no podía retroceder.
Tomé mi espada con ambas manos, sentí el peso de la madera y me coloqué en guardia.
—Esta vez no perderé, hermano —dije, sosteniéndole la mirada con determinación.
Kenji sonrió, esa sonrisa confiada que tanto me irritaba.
—Me gusta esa determinación en tus ojos —respondió, adoptando también su postura de combate.
El ambiente se tensó. El viento soplaba suavemente, haciendo danzar las hojas a nuestro alrededor.
Podía escuchar el leve crujir de la hierba bajo nuestros pies… y mi propio corazón acelerado, marcando el ritmo previo a la batalla.
Azumi asintió con satisfacción, luego giró hacia Edu.
—Y tú, Edu… —dijo, con un brillo peligroso en los ojos—. Irás contra mí.
Edu dio un paso atrás, sonriendo nervioso, aunque intentó mantener su tono galante.
—¿Eh…? Así que quieres danzar un rato conmigo, mi queridísima flor de nieve —dijo con dramatismo, llevándose una mano al pecho.
Azumi entrecerró los ojos. Un aura gélida comenzó a emanar a su alrededor, y el aire se volvió más pesado.
Kenji y yo nos miramos, conteniendo la risa.
Incluso Shizuka, observando desde el porche con una taza de té, dejó escapar una carcajada.
—Prepárate, idiota —respondió Azumi, desenvainando su espada con un sonido agudo que heló el ambiente—.
Te aseguro que no saldrás ileso de esta "danza".
—¡Oye, oye! ¡No hace falta ponerse tan seria! —protestó Edu, retrocediendo con una sonrisa nerviosa.
El patio se llenó de tensión… y de emoción.
Los duelos estaban a punto de comenzar.
Azumi levantó la mano, observándonos con su típica mirada seria.
—Bien. A la señal… comiencen.
El silencio se apoderó del patio.
Podía oír el canto de los pájaros a lo lejos, y el viento colándose entre las ramas.
Mi respiración era lo único que sonaba cerca.
—Tres… dos… uno. ¡Comiencen!
Kenji fue el primero en moverse.
Avanzó con una rapidez calculada, su espada de madera cortando el aire con precisión.
Instintivamente levanté la mía y bloqueé el golpe, el impacto resonó como un tambor entre mis brazos.
—Nada mal, Hinata —dijo él, empujando un poco más—. Pero recuerda, la defensa solo retrasa la derrota.
—Entonces no me dejarás opción —respondí, retrocediendo un paso antes de lanzarme hacia él.
El choque de nuestras espadas resonaba sin cesar en el patio, reverberando contra los muros de piedra y las columnas de la casa como si el mismo aire vibrara con cada impacto.
El sonido seco del madera contra madera se mezclaba con mi respiración entrecortada y el crujir del suelo bajo nuestros pies.
Kenji atacaba con movimientos fluidos, precisos, casi elegantes. Cada estocada suya era una lección.
Yo, en cambio, respondía con torpeza, pero con una convicción que ardía dentro de mí.
El miedo y los nervios me temblaban en los brazos, pero mi corazón latía con fuerza, empujándome a seguir.
"Esta vez no perderé", me repetía una y otra vez.
Mis pies se movían por instinto, esquivando, girando, bloqueando con apenas un margen de tiempo.
Podía sentir el peso de la espada vibrando en mis manos, la fricción del aire, el sudor bajándome por la frente.
—Eso es, Hinata —gritó Kenji mientras nuestras espadas chocaban otra vez—. ¡Sigue con esa determinación en tus ojos! ¡Esa es la mirada de un guerrero!
—¡Voy a ganarte, hermano! ¡Ya verás! —le respondí con una sonrisa tensa, jadeando.
Azumi observaba desde la distancia, con los brazos cruzados, mientras Edu la miraba y fingía movimientos con su espada, como si entendiera algo.
El viento se levantó, agitando las hojas del jardín.
El sol del mediodía se filtraba entre las ramas, iluminando nuestras figuras que se movían sin descanso.
Kenji atacó con una finta, rápido como el rayo.
Me obligó a retroceder, apenas logré bloquear.
El impacto me recorrió los brazos hasta los hombros, haciéndome tambalear.
Pero no cedí.
Di un salto hacia atrás, levantando polvo, y contraataqué con todas mis fuerzas.
El golpe no fue perfecto, pero bastó para rozar su defensa.
Él sonrió, confiado.
—Vas mejorando, pequeña. Pero aún te falta ritmo.
Yo apreté los dientes y volví a cargar.
Nuestras espadas se cruzaron una y otra vez: ¡clac! ¡clac! ¡clac!
Cada choque era una explosión de energía contenida.
Y entonces ocurrió.
En medio de la presión, del sudor, del esfuerzo… el mundo se ralentizó.
El sonido se apagó.
Solo existían mi respiración y el movimiento de Kenji, que ahora podía anticipar como si lo viera antes de suceder.
Pude leer su ataque.
Giré el cuerpo con agilidad, desvié su espada y contraataqué con un impulso que me salió natural, puro instinto.
El golpe lo tomó por sorpresa.
Kenji retrocedió un paso, mirándome con asombro.
—Eso fue… nuevo —dijo, respirando con una sonrisa.
Yo me quedé inmóvil, el pecho subiendo y bajando con rapidez.
—Solo… seguí mi instinto —murmuré.
Desde su posición, Azumi frunció el ceño, analizando cada detalle.
Una leve brisa recorrió el campo de práctica, y por un instante, juraría que un tenue resplandor azul danzó sobre el filo de mi espada de madera.
Kenji lo notó también.
—Así que finalmente empiezas a despertar, pequeña —dijo con voz baja, casi orgullosa.
—¿Despertar? —pregunté, confundida.
Pero no tuve tiempo para pensar más.
Kenji se lanzó de nuevo.
Esta vez, su ataque era más rápido, más agresivo, pero yo lo sentía diferente… como si cada movimiento tuviera un eco que podía leer.
Bloqueé. Esquivé. Giré.
El ritmo del combate se transformó en un baile.
El sonido de nuestras espadas era música; mis pies seguían una melodía que ni siquiera conocía.
Kenji sonrió con auténtica satisfacción.
—¡Eso es, Hinata! ¡Así se pelea!
El sudor me nublaba la vista, los brazos me ardían, pero había algo dentro de mí, una fuerza nueva que me impulsaba.
Entonces, encontré una apertura.
Deslicé mi espada hacia un costado, desvié la suya y avancé, apuntando directo a su pecho.
El golpe lo detuvo en seco.
Su espada se quedó suspendida en el aire.
Yo tenía la mía justo en su pecho.
El silencio se hizo absoluto.
—Punto para Hinata —dijo Azumi con una sonrisa apenas visible, rompiendo la tensión.
Kenji parpadeó, luego bajó la espada y rió, revolviéndome el cabello.
—Eso fue impresionante, hermanita. Pero cuidado… estás jugando con fuego.
—¿Fuego? —pregunté, jadeando.
—O quizás con algo que aún no comprendes —respondió, dándome una palmada en el hombro.
Azumi asintió.
—Eso será todo por hoy. Buen trabajo, ambos.
---
Mientras tanto, en la terraza, nuestra madre y Shizuka observaban la escena desde sus asientos, con una bandeja de té humeante entre ellas.
—Vaya… parece que Hinata está mejorando rápido —comentó Shizuka, dando un sorbo a su taza—. Tiene buena técnica para su edad.
Sara sonrió suavemente, sin apartar la vista del campo.
—No solo técnica. Tiene algo más… algo que aún no entiende.
—¿Te refieres a lo que yo creo? —preguntó Shizuka, arqueando una ceja.
—Sí —respondió Sara con voz baja—. A veces los Dones despiertan cuando menos lo esperas. Y cuando lo hacen, siempre lo anuncian con fuego o con viento.
—Entonces… —dijo Shizuka con una sonrisa pícara— ¿eso significa que Kenji ya no tendrá victorias tan fáciles?
Sara soltó una leve risa.
—Parece que no. Pero por ahora, que disfruten de su inocencia.
