Punto de vista de Sara Narths
La primera vez que vi ese destello rojo-negro en el cuerpo de Edu, sentí una punzada en el pecho.
No sabría explicarlo del todo… tal vez fue ese sexto sentido que tenemos las madres, esa voz silenciosa que nos susurra cuando algo no está bien.
Y sin duda, esa vez no lo estaba.
Edu estaba jugando con Zuzu en el jardín. Su risa llenaba la casa, tan pura, tan inocente… hasta que, de pronto, el aire cambió.
Se volvió pesado, denso, como si el mundo contuviera la respiración.
Entonces lo vi: pequeños destellos rojo y negro comenzaron a recorrer la piel de mi hijo. Primero débiles, casi hermosos, como luciérnagas danzando a su alrededor.
Por un instante sentí orgullo.
Pensé que estaba despertando su Don, y que ese día marcaría el inicio de algo grande.
Pero ese orgullo se transformó en miedo antes de que pudiera siquiera sonreír.
Los destellos se intensificaron hasta envolver su cuerpo entero, y una descarga recorrió el aire. Edu gritó, su cuerpo se estremeció… y cayó al suelo como una marioneta sin hilos.
Mi corazón se detuvo.
Corrí hacia él, lo tomé entre mis brazos.
—¡Edu! —grité, desesperada—. ¡Jared! ¡Ayuda!
El pánico recorrió toda la casa. Jared bajó las escaleras de un salto, y Azumi y Shizuka llegaron corriendo al escuchar mis gritos.
El cuerpo de Edu seguía temblando, pequeñas chispas azules escapaban de sus manos.
Nunca olvidaré el olor del aire aquel día: ozono, miedo… y algo más. Algo que no podía entender.
Lo llevamos de inmediato con los curanderos del reino.
Recuerdo sus rostros al examinarlo: asombro, confusión, incredulidad.
No había registros de algo así. Un Don que se manifestara a los cuatro años era imposible.
Intentaron explicarlo, pero ni ellos sabían qué decir.
Algunos pensaban que era una maldición, otros que su Don había despertado de forma incompleta, dañando el flujo natural de su energía.
La teoría más aceptada fue la de una "restricción": una especie de fractura en su Don que impedía su uso completo.
—Si vuelve a intentar usarlo —dijeron con solemnidad—, la energía podría consumirlo desde adentro.
Desde ese día, cada vez que lo veo entrenar, siento cómo el miedo me oprime el pecho.
Esa energía… esa luz roja que duerme dentro de él… siempre intenta salir.
Y hoy no fue la excepción.
Cuando el entrenamiento terminó y lo vi allí, de pie, con el sudor cayéndole por la frente y agradeciendo a Azumi con una sonrisa, sentí que el mundo volvía a moverse.
Mi corazón latía con fuerza, tan rápido que parecía querer escapar de mi pecho.
Sin darme cuenta, tenía la mano sobre el corazón, apretando la tela de mi blusa con fuerza.
Respiré hondo, intentando calmarme.
—Tranquila, Sara —dijo Shizuka, que estaba a mi lado, con su voz serena y esa sonrisa cálida que siempre logra tranquilizarme—. Es más fuerte de lo que crees, lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé… —respondí, dejando escapar un suspiro—. Pero me preocupa que un día no estemos allí para ayudarlo.
Hubo un breve silencio. Solo el sonido del viento moviendo las hojas del jardín.
—Entiendo lo que sientes —dijo Shizuka al fin—. Pero no puedes protegerlo de todo, Sara. Edu tiene su propio camino.
—Lo sé… —repetí, con la mirada fija en él, mientras reía junto a Kenji y Hinata—. Es solo que… aún puedo verlo como cuando era un niño. Pequeño, frágil, temeroso de la oscuridad. Y ahora lo veo ahí, luchando con tanto peso sobre sus hombros... me cuesta aceptar que ya no puedo detenerlo.
Shizuka sonrió con dulzura.
—Los hijos siempre crecen antes de que estemos listas para dejarles ir. Pero Edu tiene algo que muchos no… tiene un propósito.
—Y también una carga —respondí en voz baja.
—Sí —asintió ella—. Pero esa carga puede ser su fuerza, si aprende a aceptarla.
Me quedé mirando el campo una vez más. Azumi limpiaba sus espadas, Hinata recogía las suyas, y Edu… simplemente miraba el cielo, con esa expresión distante que tanto me inquieta.
—Él sonríe —dije al fin—, pero sus ojos… no.
Shizuka me observó en silencio. Luego, sin decir palabra, posó una mano sobre la mía.
Ese simple gesto bastó para romper la tensión que me había acompañado todo el día.
—Tendremos que confiar en él —dijo finalmente Shizuka—. Y en que Jared traerá buenas noticias desde el Bosque Maldito.
Asentí despacio, tratando de mantener la calma.
—Por favor, Jared… vuelve pronto. Nuestro hijo te necesita… yo te necesito —susurré, casi sin voz.
Shizuka me miró, pero no dijo nada. El silencio que siguió fue profundo, pesado, como si el mundo mismo contuviera la respiración por un instante.
Luego, con una leve sonrisa, rompió la quietud.
—Muy bien, es hora de comer, ¿no crees?
Asentí, dejando escapar una pequeña risa nerviosa.
La noche transcurrió entre risas, conversaciones ligeras y esa paz aparente que a veces se siente justo antes de que algo cambie.
Zuzu, como siempre, se robaba la atención y la comida de Edu, causando un pequeño caos en la mesa mientras todos reíamos.
Por un momento, las preocupaciones desaparecieron.
Por un momento, volvimos a ser simplemente una familia.
Y aunque en el fondo cada uno guardaba su propia carga, seguíamos allí, unidos, avanzando paso a paso… esperando el día en que pudiéramos vivir sin miedo, sin restricciones, sin sombras.
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Punto de vista de Hinata Rhiuus
Después de la cena, me despedí de todos y subí a mi habitación.
El silencio me envolvió de inmediato.
Afuera, la luna se filtraba por la ventana, tiñendo todo con una luz plateada y fría.
Me recosté en la cama, mirando el techo.
No podía dejar de pensar en el día de hoy… en el entrenamiento, en Azumi, en mi hermano.
Todo parecía tan conectado: la figura extraña, la energía que lo rodea, los murmullos de los maestros…
El cuarto estaba helado, y el silencio se sentía casi inquietante, como si el aire esperara que dijera algo.
Cerré los ojos un momento y lo vi otra vez: Edu, con su espada, resistiendo, conteniendo dentro de sí algo que ni siquiera entiendo del todo.
¿Por qué él?
¿Por qué tiene que llevar ese peso solo?
Me senté en la cama, apretando las sábanas entre mis dedos.
Quiero ayudarlo… quiero que pueda usar sus Dones sin miedo, como los demás.
Pero no sé cómo.
No sé si puedo.
Mis ojos recorrieron la habitación buscando respuestas, hasta que los vi… los ojos tallados en piedra de la pequeña figura del Creador que reposaba en el estante.
La luz de la luna caía justo sobre ella, como si me estuviera llamando.
Sin pensarlo, me levanté, descalza, y caminé hasta allí.
Me arrodillé frente a la figura y junté las manos.
—Creador… —susurré—, si realmente puedes oírme, por favor… guíame.
No te pido poder, no te pido gloria… solo quiero encontrar una forma de ayudarlo.
Quiero que mi hermano deje de sufrir.
Si hay algo que deba hacer, algo que deba aprender… muéstrame el camino.
Por un instante, el silencio pareció romperse.
El aire se movió suavemente, y una corriente cálida rozó mis manos.
La llama de la vela titiló, como respondiendo a mi ruego.
No supe si fue mi imaginación o algo más… pero una sensación recorrió mi pecho, una mezcla de esperanza y determinación.
—Lo prometo —murmuré—. Pase lo que pase, no dejaré que camine solo.
Me dirigí nuevamente a mi cama, dejando que el cansancio me venciera poco a poco.
El viento comenzó a soplar con fuerza, haciendo que las ramas de los árboles golpearan suavemente contra la ventana.
Cerré los ojos y, antes de caer rendida, susurré una vez más:
—Ayúdame… por favor.
Y sin darme cuenta, el sueño me envolvió.
Me encontré en un lugar extraño…
Un espacio tan blanco y luminoso que me costó distinguir dónde terminaba el suelo y comenzaba el cielo.
El aire era suave, cálido, y en él flotaban partículas de luz que se movían como si tuvieran vida propia.
A lo lejos, una melodía ligera, casi imperceptible, resonaba en el ambiente.
—¿Qué es este lugar…? —murmuré—. ¿Estoy soñando?
Todo se sentía tan tranquilo, tan perfecto, tan lleno de vida.
Era como si el universo entero respirara en calma, en una paz absoluta.
Sonreí sin querer.
—Qué hermoso…
Entonces, una luz más intensa apareció frente a mí.
De entre ese resplandor surgió una figura blanca, su silueta humana, pero envuelta en un fulgor tan puro que apenas podía distinguir sus rasgos.
Y aun así, no sentí miedo.
Sentí… confianza.
Una calidez inmensa se apoderó de mí, como si me abrazara con solo estar allí.
—Hinata —dijo la figura, con una voz suave, llena de armonía.
—¿Quién eres? —pregunté, algo temerosa, aunque mi corazón ya conocía la respuesta.
La figura sonrió.
—Puedes llamarme como quieras. Algunos me nombran Creador, otros me llaman Luz, y otros simplemente… amigo.
—¿Amigo…? —repetí, sorprendida.
—Sí —respondió con una leve risa que parecía vibrar con el aire mismo—. A veces, los humanos olvidan que la divinidad también escucha, también acompaña… también ama.
Sentí mis ojos humedecerse.
—Entonces… ¿tú escuchaste mi ruego?
—Claro que sí —respondió él, dando un paso hacia mí—. Tu voz atravesó la calma del cielo. Y no porque pidieras poder, sino porque lo hiciste desde el amor.
Tu deseo no nace del ego, Hinata, sino del vínculo más puro que existe: la protección de alguien que amas.
Bajé la mirada, conteniendo las lágrimas.
—No quiero que mi hermano sufra más… quiero ayudarlo, aunque no sé cómo.
La figura extendió una mano, tocando suavemente mi frente.
Una sensación cálida se esparció por mi cuerpo, como si cada fibra se llenara de luz.
—Tu hermano carga con una llama demasiado grande para su edad. Pero tú… tú tienes algo que él no posee: el equilibrio.
El caos necesita calma para sobrevivir, Hinata.
Y tú serás esa calma.
—¿Yo? —pregunté sorprendida.
—Sí.
No todos los dones brillan con luz o fuego. Algunos se manifiestan en la forma en que miras, en cómo escuchas, en cómo haces que los demás crean en sí mismos.
Tu camino no será fácil, pero cada paso que des lo acercará a su liberación… y a la tuya.
—¿Liberación? ¿De qué?
La figura guardó silencio un momento. Su luz titiló suavemente.
—Del peso del pasado… y del destino que aún duerme en ustedes.
Mi corazón se aceleró.
—¿Qué quieres decir?
—Pronto lo entenderás —respondió con voz suave—. Pero por ahora, recuerda esto:
"Incluso la flor más pequeña puede detener al caos, si su raíz es firme y su propósito puro."
Las palabras resonaron dentro de mí, grabándose como fuego en mi mente.
Quise preguntar más, pero el entorno comenzó a disolverse lentamente, la luz blanca se volvió bruma, y su voz se desvaneció en el aire.
—Despierta, pequeña flor… el amanecer te espera —susurró.
Y en un parpadeo, el brillo se deshizo por completo.
