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Chapter 3 - "EL CAOS FAMILIAR"

La noche transcurrió con aparente normalidad en casa, pero aun así no lograba conciliar el sueño.

Aquella silueta… su voz… esa visión.

Me preguntaba una y otra vez qué había sido, qué significaba.

Tanto pensar en ello había espantado por completo mi descanso.

Decidí levantarme. Quizá un poco de agua ayudaría a calmar mis pensamientos.

Abrí la puerta de mi habitación con cuidado, intentando no despertar a nadie. El pasillo estaba sumido en penumbra, apenas iluminado por la luz plateada que se colaba por las ventanas. Todo parecía tranquilo… demasiado tranquilo.

Una brisa fría recorrió el pasillo, estremeciéndome.

—Debe ser el viento —murmuré, intentando convencerme.

Al llegar a la cocina, busqué un vaso y llené con agua del cántaro.

Bebí un sorbo… otro más…

Y fue entonces cuando lo sentí: una presencia, suave pero firme, detrás de mí.

—A esta hora no deberías estar levantada, señorita Hinata —dijo una voz tranquila.

Solté el vaso y pegué un pequeño brinco, llevándome la mano al pecho.

—¡Azumi! Por los cielos… casi me matas del susto.

La elfa estaba recostada contra la pared, envuelta en una bata blanca, con su largo cabello níveo cayéndole por el hombro. En la penumbra, sus ojos celestes brillaban con un tono etéreo.

—Lo siento, no era mi intención asustarte —respondió con su habitual serenidad—. Noté movimiento y vine a asegurarme de que todo estuviera bien.

—Solo… no podía dormir —admití, bajando la mirada—. Estuve pensando demasiado en… cosas.

Azumi ladeó la cabeza, observándome con atención.

—¿Cosas? —repitió, acercándose lentamente—. ¿Tiene que ver con ese libro que tanto lees?

No supe qué responder. Tomé otro sorbo de agua, buscando palabras.

—No lo sé —dije al fin—. Tuve un sueño… fue tan real. Había luz, sombras, una figura… y una voz que me hablaba.

Azumi no respondió enseguida. Su mirada se volvió distante, casi melancólica.

—Los sueños no siempre son solo sueños, señorita Hinata —susurró al fin—. A veces, son advertencias. Ecos de algo que intenta recordarnos que existe.

Sus palabras me hicieron estremecer.

—¿Advertencias? ¿De qué tipo?

—De lo que vendrá —contestó con voz baja, casi un murmullo. Luego, como si se arrepintiera de haber dicho demasiado, sonrió débilmente—. Pero no te preocupes. A veces, el cansancio y la imaginación pueden jugar malas pasadas.

Intenté sonreír, aunque no pude evitar sentir un nudo en el pecho.

—Azumi… ¿alguna vez has soñado con algo que te diera miedo, pero que al mismo tiempo sintieras… familiar?

La elfa me miró fijamente por unos segundos.

—Sí —respondió al fin—. Y te diré algo, Hinata… si alguna vez vuelves a ver esa figura, no tengas miedo. Pregunta su nombre.

Sus palabras quedaron flotando en el aire, como un eco que se negaba a desaparecer.

Luego, sin añadir nada más, se dio media vuelta y se dirigió hacia el pasillo.

—Procura descansar —dijo al alejarse, su voz apagándose poco a poco entre las sombras—. Mañana será un largo día.

Asentí en silencio, sin atreverme a responder.

Solo la observé desaparecer en la oscuridad, hasta que su silueta se desvaneció por completo.

El silencio volvió a llenar la cocina.

Me quedé quieta, con el vaso entre las manos, mirando cómo el reflejo de la luna temblaba sobre el agua.

Por alguna razón, las palabras de Azumi no dejaban de resonar en mi mente: "Pregunta su nombre."

—Qué raro… —murmuré para mí misma.

Poco después subí de vuelta a mi habitación. Al llegar a la puerta, una pequeña sombra blanca me esperaba, inmóvil bajo el brillo plateado de la luna.

—¿Zuzu? —susurré al verla.

La gata caminó con elegancia hasta mí, su pelaje resplandeciendo con un reflejo tenue, casi etéreo. Sus ojos dorados me observaron con esa mezcla inquietante de ternura y sabiduría que siempre me había desconcertado.

—Miaaau —murmuró, ronroneando mientras se enroscaba en mis pies.

Sonreí, inclinándome para acariciarla.

—Tú tampoco puedes dormir, ¿eh, Zuzu? —dije en voz baja—. ¿Dónde dejaste a mi hermano?

Seguro está agotado después de pasar el día entero peleando contigo —añadí entre risas, recordando la escena de la tarde.

Zuzu me respondió con otro maullido, más grave esta vez, como si estuviera… contrariada.

—Genial, hoy dormirás conmigo —dije sonriendo.

Al entrar a mi habitación, con Zuzu siguiéndome de cerca, noté que por alguna razón todos mis pensamientos se volvían más ligeros, menos pesados.

Zuzu saltó a la cama y se acomodó con un movimiento elegante, como si fuera la dueña del lugar.

No pude evitar reír. Me recosté también, suspirando mientras mis dedos recorrían su pelaje suave.

Me pregunté si ese sueño volvería al momento de dormirme…

Zuzu me miró entonces, y con delicadeza apoyó sus pequeñas patas sobre mis mejillas, como si me dijera: ya duerme, estoy aquí para protegerte.

—¿Qué te pasa, Zuzu? —pregunté entre risas suaves.

Ella solo maulló, cerrando los ojos.

Yo sonreí, entendiendo su mensaje sin palabras.

—Está bien, Zuzu… dormiré —dije con una sonrisa, cerrando lentamente los ojos para dejar que el sueño me alcanzara.

La mañana llegó tranquila, bañando la habitación con la luz suave del amanecer.

Al abrir los ojos, lo primero que noté fue que Zuzu ya no estaba.

—Esa gata… —murmuré, dejando escapar una pequeña sonrisa.

No sé por qué, pero cada vez que está cerca, todo parece más liviano…

Como si su ronroneo calmara mis miedos más profundos.

Ni siquiera me di cuenta de cuándo me quedé dormida —susurré al aire, mientras la brisa matutina acariciaba las cortinas.

Sin perder más tiempo, bajé de la cama, me duché, me alisté y salí rumbo a la cocina.

Los pasillos estaban tranquilos, llenos de esa paz matutina que solo se siente en casa.

El aroma del pan recién horneado flotaba en el aire, cálido y dulce, guiándome hasta la fuente del olor.

Al llegar, fue Shizuka quien me recibió con su sonrisa amable, esa que parecía iluminar incluso los días más grises.

La luz del amanecer entraba por la ventana, reflejándose en su cabello rubio, que brillaba como si estuviera hecho de oro puro.

Sus ojos ámbar, alegres y vivaces, me miraron con ternura.

—Buenos días, dormilona —dijo con un tono burlón mientras servía el desayuno—. Pensé que hoy también te quedarías dormida.

—Buenos días, Shizuka —respondí entre bostezos—. No dormí muy bien, la verdad.

—¿Otra vez quedándote despierta leyendo hasta tarde? —preguntó arqueando una ceja.

—No exactamente… —dije, desviando la mirada.

—Solo… me costó dormir.

Shizuka me observó con atención, apoyando las manos en la cintura.

—Mmm… es cierto —dijo al fin—, Azumi me contó anoche que te encontró a altas horas en la cocina.

—Sí, es que tuve una pesadilla —respondí, rascándome la cabeza—. Pero no hay nada que Zuzu no pueda solucionar —añadí con una sonrisa.

—Ah, ya veo —comentó Shizuka, asintiendo con aire cómplice—. Bueno, procura comer bien. Hoy tienen entrenamiento de esgrima con Azumi… y ya sabes cómo se pone cuando alguien no rinde al máximo —continuó con una sonrisa traviesa.

No pude evitar reír al recordar sus clases. Duras como el acero de su espada, pero siempre justas.

Azumi y Shizuka, además de ser nuestras sirvientas, son también nuestras tutoras y guardianas personales. Ambas tienen veintitrés años y una belleza que no pasa desapercibida. Cada vez que salimos con ellas a la ciudad, son el centro de atención de nobles y plebeyos por igual.

Azumi, la elfa, posee una elegancia natural; su cabello blanco y sus ojos celestes parecen esculpidos por la luna misma.

Shizuka, en cambio, es humana como nosotros, con su cabello rubio y ojos ámbar que irradian calidez y alegría.

A pesar de su papel en la casa, son más que sirvientas: son parte de la familia.

Ya sentada en la mesa, la rutina familiar comenzó a desplegarse con la precisión de cada mañana.

Como siempre, Azumi y Shizuka fueron las primeras en levantarse. Tras asegurarse de que todo estuviera en orden, preparaban el desayuno y la mesa.

Luego, llegaba yo —Hinata—, la menor de la familia, con apenas doce años.

Después aparecía Kenji, el segundo, con su mirada serena y analítica, y esos ojos violetas idénticos a los de nuestra madre.

Poco después entraba ella, Sara Narths, la matriarca. Si Azumi y Shizuka atraían las miradas, mi madre robaba los corazones. Su cabello violeta, al igual que sus ojos, brillaba con tal intensidad que hasta la luna podría sentir celos de su esplendor.

Y, por último —como era habitual—, llegaba el caos familiar.

Edu, el primogénito de la familia Rhiuus, hacía su entrada triunfal como si llegara a un escenario.

—¡Buenos días, familia! —gritó con su típica pose de hombre galante, una mano en la cadera y la otra alzando una flor que, quién sabe de dónde había sacado.

Shizuka soltó una risa ahogada.

—Vaya, el caballero del amanecer ha vuelto —bromeó.

—Claro que sí —respondió Edu con una sonrisa deslumbrante—. Un día más para iluminar sus corazones, damas.

Azumi levantó la mirada desde la tetera y murmuró sin emoción:

—Y oscurecer nuestra paciencia.

Kenji solo negó con la cabeza, ocultando una leve sonrisa.

Yo, mientras tanto, reía sin poder contenerme.

—¡Oye! —bramó Edu, llevándose una mano al pecho con fingida dolencia—. Qué cruel eres conmigo, mi bella flor de nieve.

Azumi, sin inmutarse, le lanzó una cuchara que le dio justo en la frente.

—Idiota —murmuró con su tono gélido.

No pude evitar pensar que, sin importar lo fría que fuera Azumi o lo calmada que se mostrara Shizuka, Edu siempre lograba sacarles ese lado rebelde… ese que las hacía parecer niñas nerviosas.

—Azumi, te ves muy bonita cuando te sonrojas —comentó mamá con una sonrisa traviesa.

—¡Lady Sara, por favor, no diga tonterías! —exclamó Azumi, tartamudeando mientras intentaba recuperar el porte.

Todos reímos a carcajadas.

Una vez recuperado el orden en la cocina y con el desayuno finalmente servido, fui la primera en romper el silencio.

—Mamá, ¿cuándo llega papá de su excursión al Bosque Maldito? —pregunté mientras desayunábamos.

Nuestra madre levantó la vista, sonriendo con dulzura, aunque en su voz se notaba una leve tensión.

—Aún no he recibido noticias de él, Hinata —respondió con calma—. Pero seguro todo está bien, ya sabes cómo es tu padre.

Guardamos silencio.

El sonido de los cubiertos se detuvo, y por un instante solo se escuchó el crepitar suave del fuego en la chimenea.

Entonces, Edu habló, rompiendo el silencio:

—Todo esto es mi culpa… —dijo con la mirada fija en su plato, apretando la cuchara con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.

Nadie respondió de inmediato.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas, dolorosas.

Nuestro padre es un cazador experimentado, de la clase espadachín. Uno de los pocos guerreros que han alcanzado el rango AA.

Hace ya una semana que partió al reino de Afhriur, en una expedición hacia el Bosque Maldito. Su misión: encontrar una reliquia legendaria conocida como el Elixir de la Vida, una sustancia capaz de curar cualquier enfermedad o maldición.

Dicen que su existencia es solo un mito.

Pero nosotros sabemos que papá no arriesgaría su vida por una leyenda sin sentido.

El propósito de su búsqueda… era salvar a Edu.

Desde niño, mi hermano mayor sufre una condición extraña: cada vez que intenta usar sus dones, una especie de descarga recorre su cuerpo, paralizándolo por completo.

La primera vez que ocurrió fue cuando tenía solo cuatro años.

Aquel día… fue también el día en que descubrió su restricción.

—Edu, cariño, no digas eso —dijo mamá finalmente, con voz suave pero firme—. Sabes que tu padre hace esto por ti… por todos nosotros.

Edu asintió lentamente, aunque en sus ojos aún se reflejaba la culpa.

Kenji, en silencio, le puso una mano en el hombro, como queriendo decir sin palabras que no estaba solo.

Yo, por mi parte, solo observé a mamá.

Su sonrisa se mantenía, pero detrás de ella… se escondía una sombra que ninguno de nosotros quiso mencionar.

De repente, un leve sonido sobre nuestras cabezas hizo que todos levantáramos la vista.

Antes de que alguien pudiera decir algo, una silueta blanca cayó desde los barrotes del techo.

—¡¿Qué demonios—?! —alcanzó a gritar Edu.

Zuzu aterrizó con total elegancia… justo sobre su cabeza.

El impacto fue tan preciso que Edu perdió el equilibrio y su rostro fue directo al plato de sopa de miso.

¡Splash!

Por un segundo nadie dijo nada.

El silencio se rompió con un miau satisfecho.

Zuzu, muy oronda, se sentó sobre la cabeza empapada de Edu, estiró una patita y, sin un mínimo de culpa, se robó su trozo de pan.

—¡ZUZU! —gritó Edu, levantándose de golpe, con los cabellos chorreando sopa y los ojos ardiendo de indignación.

—¡Eso fue un ataque traicionero! ¡Una emboscada!

La gata simplemente saltó al suelo con la elegancia de una reina, el pan aún en la boca, y se refugió tras mis piernas.

Su cola se movía con ese aire de superioridad que parecía decir "siempre gano".

Yo no pude contener la risa.

—Jajaja, parece que alguien perdió la guerra otra vez.

—¡Esto no se queda así, Zuzu! —gruñó Edu, con la mitad del rostro cubierto de miso.

Intentó alcanzarla, pero la gata fue más rápida, esquivándolo con movimientos felinos tan fluidos que casi parecían coreografiados.

—Edu, cariño, deja de perseguirla o volverás a caerte —dijo mamá, conteniendo una sonrisa mientras se llevaba una mano al rostro.

Kenji, más tranquilo, tomó un sorbo de su té y murmuró entre risas:

—La eterna batalla por el pan del desayuno… algún día aprenderás, hermano.

—Yo solo digo —añadió Shizuka desde la cocina, divertida— que la verdadera cazadora de la casa es Zuzu.

—Concuerdo —intervino Azumi con su tono sereno, aunque sus labios se curvaron en una leve sonrisa—. Tiene más precisión que Edu incluso sin usar dones.

Todos estallamos en carcajadas, incluso mamá.

La tensión que flotaba desde hacía minutos se desvaneció en cuestión de segundos.

Zuzu, victoriosa, saltó a la mesa y me miró directamente.

Sus ojos dorados se cruzaron con los míos… y por un instante, algo cambió.

Sentí una presencia distinta, como si detrás de esa mirada hubiera algo más que una simple mascota.

Una chispa de inteligencia, o quizá… algo más antiguo.

Ella parpadeó lentamente, como si comprendiera mis pensamientos, y luego maulló suave antes de acurrucarse a mi lado.

—Sí… definitivamente no eres una gata común, ¿verdad, Zuzu? —susurré.

Zuzu solo ronroneó, como si estuviera de acuerdo.

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